jueves, 8 de julio de 2021

SEGUNDA JORNADA: EL DESAFÍO DE LAS 'FAKE NEWS' EN UN MUNDO GLOBAL

EL DESAFÍO DE LAS 'FAKE NEWS' EN UN MUNDO GLOBAL




Leyre Burguera, profesora contratada Doctora en el Departamento de Derecho Constitucional de la UNED y ganadora del Premio de Tesis Doctorales 2011 del Congreso de los Diputados con una investigación titulada ‘Libertad de comunicación pública en las campañas electorales’, abrió las intervenciones de la segunda jornada dedicada a las fake news. Dedicó su exposición a los límites jurídicos de las noticias falsas, “un aspecto que se descuida”, explicó el periodista y coordinador del curso Raúl Conde.




Cuando hablamos de los límites jurídicos de las fake news, hay que recordar el artículo 20 de la Constitución, dedicado a la libertad de expresión. En su opinión, este artículo debería estar englobado dentro de un concepto más amplio que sería la libertad de comunicación. Lo que planteó es que dentro de la libertad de comunicación incluyó tanto a la parte activa -el que comunica-, como a la pasiva -quien recibe la información-.

 

Las nuevas tecnologías no existían cuando se redactó la carta magna, pero se podrían incluir en el artículo de la Constitución.

 

Existen diferentes tipos de contenidos erróneos: sátira (que no pretende causar engaño), las fake news (si pretenden engañar y perjudicar), titulares o contextos falsos. Cuando se habla de desinformación o fake news, hay que señalar que en ellas subyace la falta de filtros que habitualmente aplican los medios de comunicación. Desde el punto de vista jurídico, la clave es la palabra de verosimilitud -creíble en apariencia-.




 

Necesitamos saber a qué nos enfrentamos. Desde 2015, se han producido intentos de enfrentarse a algo que no estaba aún nombrado, la desinformación: información verificablemente falsa o engañosa. Diferentes instituciones de la Unión Europea han intentado desde 2018 delimitar este concepto, que trasciende de lo individual para incidir en la denominada opinión pública. “La desinformación no incluye a la sátira, los errores o los planteamientos políticos”, dijo.

 

Casi todos los países han centrado sus esfuerzos en el ámbito de la seguridad, “porque se ha vivido en varios procesos electorales”. En Reino Unido, existe una legislación incipiente para monitorizar medios a través del gobierno. En Francia, Italia, Bélgica y Alemania, también se han tomado iniciativas similares.


 

En España, mediante una Orden Ministerial de 2020, se creó una comisión permanente, dependiente de la Secretaría de Estado de Comunicación, para controlar la desinformación que “no cayó bien en los medios de comunicación”. Esa comisión, incluye unas últimas líneas en las que permite convocar a expertos externos al gobierno entre los que no están los medios de comunicación. Por ello, la composición de la comisión ha sido “fuertemente criticada”. En realidad, la norma se ha centrado en la defensa nacional.




Las garantías establecidas en el artículo 20 de la Constitución son “imprescindibles” para controlar la desinformación. Las leyes se fijan en los medios de comunicación “en un mundo en el que todos nos hemos convertido en comunicadores con la aparición de las redes sociales”, explicó. La clausula de conciencia está garantizada en dos casos y solo para romper la relación con la empresa. “El mundo ha cambiado tan sustancialmente que no solo los ciudadanos estamos desprotegidos, también lo están los profesionales de la comunicación”, afirmó, para aclarar que no protege a los comunicadores “si la empresa les exige publicar una noticia que no es veraz”.

 




Las empresas de comunicación han cambiado, lo mismo que los medios, por tanto, la normativa no protege a los profesionales. En su opinión, las normas deberían reconfigurarse. “El control y las garantías deberían asegurarse para establecer un debate sobre la desinformación”.


Redes sociales, algoritmos y difusión de bulos




Miren Gutiérrez, que es especialista en Big Data y profesora de Comunicación en la Universidad de Deusto, abordó los temas de redes sociales, algoritmos y difusión de bulos. Comenzó aclarando algunas nociones como las plataformas -comúnmente denominadas redes sociales-. Estas son negocios que monetizan datos personales para incrementar su negocio. Las plataformas son un conjunto de páginas que permite acceder a servicios de forma rápida. Las que están especializadas en el intercambio de contenidos son el canal más importante de difusión de la desinformación, dijo.

 

Las plataformas son ahora los mayores negocios del mundo -han sustituido a las petroleras-. A diferencia de las grandes empresas de hace 20 años, las nuevas emplean a menos personas, pero generan más de 7.000 millones de dólares al año. La práctica totalidad tiene su sede en EE UU y China y acumulan la mayor parte del negocio y de los usuarios (4.000 millones).

 



Su modelo de negocio se caracteriza porque transforman datos que no han generado en beneficios. Las plataformas que funcionan en la esfera global, dijo, producen efectos a nivel local. Aquí es donde se generan los bulos. Nosotros difundimos bulos que la plataforma multiplica.

 

Respecto a los algoritmos, dijo que son desconocidos, pero “imprescindibles” en nuestra vida actual. Los datos siempre tienen un sesgo, son recursos culturales generados en procesos humanos, explicó. El sesgo es necesario para tomar decisiones inteligentes. El problema es cuando el sesgo es opaco. Como ejemplo, habló sobre un algoritmo entrenado con datos recogidos en internet, que aprendió a asociar mujeres con cocinas.

 


Al hablar de algoritmos no solo hablamos de intrusión en la privacidad, sino que están relacionados con la pérdida de derechos de la ciudadanía,
invisibilización de algunos colectivos e injusticias. Además, estas plataformas perjudican a las mujeres y a las personas de otro color. “Vivimos en una sociedad desigual y los algoritmos mantienen esta condición”, explicó, y añadió que lo hacen incluso con las palabras. Esto se puede convertir en un problema en la vida real.

 

Habló del sesgo de Amazon, que ofrece precios más altos en los barrios donde hay más oferta de productos y más bajos donde la hay, “lo que repercute negativamente en los barrios más pobres”, dijo.

 

Fake news

 

“Hay que desterrar estas expresiones del vocabulario. Las noticias se asocian a los medios de comunicación tradiciones, que no son quienes las generan”, sentenció. Además, la construcción de una noticia tiene una metodología que le impide ser falsa. Desde el 2016, la Comisión Europea desterró el término y lo cambió por desinformación.

 



Después de distinguir entre los tres términos que existen en internet para diferenciar la desinformación (error, perjudicial y engaño), indicó que los medios de comunicación tradicional tienen un papel fundamental en la difusión de bulos por ideología u otras cuestiones. Los bulos se generan con la intención de engañar, por lo que se mimetizan con las informaciones reales.

 

Ningún bulo puede ser una noticia. Su origen está en la polarización política y las plataformas sociales, por tanto, la solución puede ser “la alfabetización de datos, que las personas sepamos lo que estamos leyendo”. Otra solución es mejorar el pluralismo informativo, luchar contra la polarización y el radicalismo y fortalecer a las asociaciones periodísticas.




Las plataformas tienen como objetivo ganar dinero, tampoco producen los contenidos originales, no se definen como medios pero median porque etiquetan y priorizan a unas sobre otras.  Los contenidos desinformativos son más compartidos y adictivos que la información genuina.

 

Los bulos circulan porque hay una industria detrás. Existen empresas que generan bulos para promocionar un producto.




 Bulos sobre la covid

 

La profesora está realizando un estudio junto con otras especialistas sobre los bulos que se han difundido durante la pandemia. Algunos de ellos han tenido graves consecuencias sobre la salud de la ciudadanía. El estudio concluyó que de más de 1.225 desinformaciones sobre la pandemia encontró al lobby de la medicina alternativa que está interesado en legitimarse, a los influencers que desean monetizar su negocio y grupos de extrema derecha que desea generar desconfianza en las instituciones.

 

“En Europa tenemos uno de los índices más bajos de confianza en las instituciones y España es uno de los más bajos”. Esta desconfianza es monetizada por ellos.



El estudio ha demostrado que, de momento, quienes difunden estos bulos son grupos pequeños, muy crispados y sin politizar, que utilizan distintas plataformas y que tienen mucha desconfianza a la hora de dar la cara. Los negacionistas no tienen aún una organización seria, pero se dedican a cerrar cuentas de quienes no opinan como ellos.


 

Mesa redonda sobre 'Periodismo y fake news' 


La protagonista del último debate de la segunda jornada para analizar las fake news fue una mesa redonda en la que participaron Guillermo Altares,  redactor jefe de El País; Antonio Rubio, director del Máster Periodismo de Investigación y presidente de la Asociación Periodistas Investigación (API); Ramón Salaverría, catedrático de Periodismo de la Universidad de Navarra; Ana Rodríguez, conductora del programa de radio La Diáspora Venezolana Habla, coordinadora general de Venezuelan Press Euskadi e investigadora del tratamiento informativo de la pandemia del Covid-19; y el periodista de El Mundo, Raúl Conde.




Guillermo Altares tomó el primer turno de palabra y explicó que es curioso que “ahora mismo no estamos de acuerdo sobre los hechos”. Los medios de comunicación tenemos la tentación de culpar de ello a las redes sociales, “pero todos tenemos responsabilidad”. Después de afirmar que las noticias falsas han existido siempre, “uno de los grandes libros de Manu Leguineche ‘Yo pondré la guerra’ retrata el nacimiento de la prensa popular que llega a la ciudadanía y en ella ya se habla de noticias falsas”.

 

“Las noticias falsas son profundamente divisivas y, por tanto, peligrosas. Hacen que la sociedad comience a no estar de acuerdo sobre principios mínimos”, explicó. En una sociedad dividida, los ciudadanos viven en realidades diferentes y es peligroso, dijo antes de recordar que “corremos el peligro de terminar así”. 




Ramón Salaverría, por su parte, habló directamente de las fake news y volvió a recordar, como su compañera de la mañana, que la palabra no se ajusta a la realidad, “si es una noticia, no es falsa, hay que hablar de desinformación”. 


Enumeró los distintos actores políticos y económicos que intervienen en esa desinformación. Las fake news emplean hechos reales, manipulando la perspectiva y la fuente para convertir una media verdad en una falsedad. “Se trata de una perversión de las reglas con la intención de confundir”, explicó el periodista.




Antonio Rubio reivindicó la figura del editor, “hemos convertido el periodismo en una comida rápida”, comenzó diciendo, para añadir que el periodismo necesita tiempo y diligencia para trabajar. Cuanto más tiempo se dedica a trabajar, más nos acercamos a la verdad, dijo. La memoria es otro problema, “para entender el hoy, tenemos que ir al ayer”.

 

El periodismo de investigación suele partir de una iniciativa propia y que requiere de tiempo. “Una fuente próxima, cercana, del entorno… me produce desconfianza. El periodismo es acreditar y citar, nunca, una cuestión de fe”.

 

La historia es importante en el periodismo de investigación, “investigamos y aportamos”. Los problemas de hoy ya los teníamos ayer, sentenció, agregando que la única diferencia es el entorno. Los periodistas de investigación trabajan con fuentes vivas, “lo que nos permite reducir los errores”.

 



Ana Rodríguez explicó su visión sobre las fake news y el fact checking. Expuso algunas preguntas sobre el futuro de las escuelas de periodismo o la responsabilidad de los ciudadanos y el gobierno sobre este tipo de noticias. Mencionó algunos ejemplos como la noticia en la que, a inicios de la pandemia, algunos bulos difundieron que cada persona infectada por la covid podía contagiar hasta a 400.

 

¿Por qué nos creemos este tipo de noticias? “aceptamos información falsa porque tenemos una memoria firmemente afirmada a ella”, explicó. El 96% de los españoles acepta que las noticias falsas son un problema para la sociedad. La generación Z aborda el tema de las fake news de forma diferente. “No les importa mucho que la información sea falsa, consumen redes sociales principalmente. Reconocen que el mayor número de bulos viene de Facebook”.

 

Finalmente, recomendó contrastar la información que “nos resulte exagerada o extraña”.

 



Raúl Conde habló de la desinformación como guerra ideológica, que sirve para impulsar ideas que “podemos considerar populistas”. “A las personas, que viven en burbujas ideológicas, le gusta difundir noticias que están de acuerdo con ellas”, dijo.

 

Citó a Manu Leguineche para resaltar que es necesario contextualizar la información. Preguntó qué pueden hacer los medios de comunicación para frenar la desinformación. Rubio reclamó una mayor profesionalización de los periodistas y más responsabilidad en las empresas periodísticas. Rodríguez, por su parte, explicó que “estamos cayendo en una forma de trabajar que nos obliga a trabajar rápido”. En su opinión, hay que invertir en herramientas de verificación. Altares afirmó que “los periodistas siempre hemos trabajado contrarreloj, pero lo importante es tener medios para aprender”. Para el periodista, “el problema son las burbujas ideológicas que no quieren conocer la verdad”. Salaverría afirmó que no se pueden confundir los conceptos de confianza y fidelidad. “La opacidad genera sospecha”, sentenció.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario