El ciclo de conferencias, destinado al análisis de los imaginarios del arte vinculados a los procesos revolucionarios, ha llegado a su fin a través de Amador Fernández-Savater con la ponencia ‘Salir de la tierra del Faraón: la revolución como Éxodo’.
La revolución política y económica, según Fernández-Savater, “tiene unos límites a la hora de transformar la realidad”. Para un cambio cualitativo “hay que modificar la subjetividad de la piel del ser humano mismo”. La revolución cultural “pretende alcanzar el nivel psíquico y antropológico de la naturaleza humana”. El término cultura, en términos del filósofo, se va a relacionar con el “nivel antropológico de las formas de vida”.
Para los revolucionarios y revolucionarias a la transformación, “como cambio objetivo en la política o la economía”, era necesario añadirle “una capa más a la hora de percibir y relacionarse con el mundo”.
La revolución antecede “el comienzo absoluto”. Es el “derrocamiento del orden antiguo y la aurora de un mundo nuevo”. La revolución cultural se encarga de “producir un hombre nuevo”. Para Fernández-Savater el concepto de “tabla rasa” entraña ciertos peligros como el “uso del terror convertido en herramienta pedagógica”.
La
construcción de lo nuevo ha estado “muy marcada por una fuerza de
voluntarismo”, entender la novedad como “lo que debe ser impuesto”. El
militante “empuja lo que es, para que sea lo que debe ser”. En este esquema
–proyección y posterior encarnación– el arte “se convierte en instrumento”. Una
situación que deriva en el planteamiento de si resulta necesario “modificar el
lenguaje” o aplicar estructuras conocidas “al servicio de otros fines”. En
sentido marxista “el cambio en los modos de producción” a la larga “provocará
el cambio de conciencia social”. Amador Fernández-Savater, ha señalado que en
En los años 60 “surge una nueva idea de revolución”. La meta no es tanto “la toma de poder” como el “éxodo” o “la fuga hacia una sociedad paralela”. No se trata de “destruir lo viejo, sino de contagiar lo nuevo a través de otras formas de vida”. Se cambia el verbo tradicional de la revolución que es “tomar” por el de “salir”. Formas culturales como la música “buscaban atraer y no imponer”. La revolución se intenta producir “aquí y ahora”.
Son varios los problemas para universalizar la revolución de la década de los 60, ya que, en muchos casos, eran los jóvenes –despojados de cargas familiares– los que tenían la disponibilidad para “dar ese salto al vacío”. Además, era necesario abordar si podía existir una revolución ajena al capitalismo.
En
el momento presente encontramos “que se ha evaporado la idea de revolución”. Según
los términos de Mark Fisher ha triunfado “el realismo capitalista”. El deseo se
vehicula “por los caminos del mercado”, una institución que “se nos ha pegado al cuerpo
como una forma de segunda naturaleza”. De este modo se extiende la sensación de
que “otro mundo no es posible”. Es por ello útil analizar si puede existir
una “fuga del deseo” que se articule por caminos diferentes. Unos precedentes
que tienen consecuencias como el fenómeno de la "Gran Dimisión”, por el que
muchas personas en Estados Unidos dejaron sus trabajos tras la pandemia de
El hombre nuevo en la primera secuencia revolucionaria acabó siendo “el trabajador”, en la segunda el “drop out” o “que se desconecta”, y en la tercera el “agotado”. El filósofo ha acabado planteando cuáles son los horizontes futuros o las posibilidades de crear nuevos imaginarios en estos “tiempos de la deserción”.
El
curso ha concluido con una mesa redonda, en la que han intervenido varios de
los ponentes de las tres jornadas, denominada ‘Capitalismo y cenizas: la dinámica revolucionaria como combustión y
agotamiento de sus imaginarios’.
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