jueves, 4 de julio de 2024

La vida de las beatas y las problemáticas derivadas de la maternidad

Segunda jornada del curso dedicado al ciclo de la vida de las mujeres de la nobleza en la Edad Moderna. El punto de partida, en la sesión de mañana, ha venido de la mano de la ponencia ‘Nobles y adolescentes: las damas protagonistas de las Novelas ejemplares de Miguel de Cervantes’, a cargo de José Ignacio Díez Fernández –Catedrático de Universidad de Literatura Española. Universidad Complutense de Madrid–.

Díez Fernández ha comenzado su intervención haciendo referencia a la “discutida veracidad” de los retratos de Miguel de Cervantes que conservamos. En ellos la presencia de una “gran frente” connota una atribuida inteligencia.

En las obras de Cervantes “observamos muchas mujeres que no se corresponden con el resto de las que aparecen en otros textos de la época”. La imagen que se traza de las mujeres en las referencias de la Edad Moderna son “misóginas” en relación al halo de independencia de las que se muestran en el trabajo del literato alcalaíno. Son numerosas las lecturas que se han hecho sobre los “heterodoxos orígenes” del autor.

La literatura de la época no “busca la originalidad”, sino la “imitación de los mejores”. Cervantes encuentra modelos de “mujeres poderosas” en las novelas de caballería.

En los títulos de las ‘Novelas Ejemplares’, (Miguel de Cervantes, 1613) encontramos la importancia de las mujeres. Una de sus características es que son todas bastante jóvenes, a excepción de la protagonista de ‘El casamiento engañoso’ –pese a que el personaje tiene 30 años–.

En ‘La gitanilla’ Cervantes arranca con el estereotipo de que “todos los gitanos son unos ladrones”. El relato termina con una anagnórisis, pues la protagonista, que ha sido raptada y educada entre gitanos, resulta ser de origen noble. Una de las características de este personaje es que “aunque le diera el sol, no se ponía morena”. La protagonista es, según Cervantes, “hermosa y discreta”, aunque también algo “desenvuelta”, un adjetivo con carácter peyorativo en la época. Además, el nombre del personaje, Preciosa, implica no sólo “belleza”, sino que tiene un “precio alto”. Preciosa tiene algunos elementos en común con la Marcela del Quijote. Por otra parte, Preciosa pone en valor un “sentimiento de libertad” ya que se rebela ante “la bárbara e insolente licencia” que sus parientes “se han tomado de dejar las mujeres o castigarlas, cuando se les antoja”. De alguna manera, el personaje rechaza “la ley gitana”. Tras la revelación del origen de Preciosa, el caballero que se enamora de ella puede casarse con la joven “porque pertenece a su misma clase social”.

En ‘La española inglesa’ un caballero inglés, llamado Clotaldo, tras la invasión inglesa de Cádiz, rapta una niña y la lleva a Londres. Aunque la familia inglesa la educa en los valores cristianos, –pues son "secretamente cristianos" en una Inglaterra protestante–, su estatus es el de “esclava”. Isabela reúne condiciones de nobleza que pueden resultar en un “buen matrimonio”. El hijo de Clotaldo y su esposa Catalina, Ricaredo, se enamora de Isabel y pide a sus padres romper el compromiso del matrimonio concertado con una chica escocesa. La reina Isabel, enterada de la existencia de la joven pide que la lleven a su presencia. Tras una serie de avatares, en los que prevalece la “virtud y la belleza interior”, se hace posible la boda entre Ricaredo e Isabela.

La exposición ha concluido con la reiteración de José Ignacio Fernández Díez sobre la aparición de “personajes femeninos atípicos” en los relatos de Cervantes, que se contrapone a la visión de otros textos de la época.

Esther Alegre Carvajal ha destacado que, pese a la aparición de estos personajes femeninos jóvenes en la literatura, los estudios demográficos ponen de manifiesto que “las mujeres trataban de postergar los matrimonios a partir de la veintena”, ya que de esta forma ejercían cierto “control sobre la natalidad”. 

La segunda intervención de la mañana ha llevado por título ‘Jóvenes nobles que no toman estado. Beatas y dirigidas espirituales de la nobleza: modus vivendi y mecenazgo en instituciones eclesiásticas’, impartida por Macarena Moralejo –Profesora Ayudante Doctor. Departamento de Historia del Arte. Universidad Complutense de Madrid–.


El concepto de “beguina” hace referencia a una mujer que “no toma votos religiosos”, por tanto, “no es monja”. Normalmente, “vive con otras mujeres en una comunidad al margen de las estructuras oficiales de la Iglesia católica”. En algunos “beaterios”, o “beguinatos”, “rechazan a la Iglesia por su corrupción y falta de asistencia a las mujeres”. Viven en solitario o constituyen una comunidad de mujeres. Lejos de estar “sometidas a ningún tipo de regla o disciplina son fieles a sí mismas y están alejadas de cualquier tipo de voto que supusiera una represión”. Dedicaban su vida a rezar y trabajar, “pero no dentro de un monasterio, pues no concebían la Iglesia como institución”. 

En lo relativo al concepto tradicional de beata en España, encontramos textos como ‘Aviso de gente recogida’ de Diego Pérez de Valdivia, publicado en 1585.

Las “beatas” son mujeres que toman la decisión de “convivir de forma independiente, alejadas de sus familias de la sociedad, haciendo de la vida religiosa una razón de existencia y una forma de subsistencia”. Adoptan un hábito religioso (“monjil y toca”) como vestimenta entre los muros de su residencia, “propiedad de ellas mismas o de su familia”. A menudo utilizan la indumentaria de la orden tercera de San Francisco de Asís, es el caso de las mujeres de la familia Mendoza que habían “optado por enterrarse como terciarias con el cordón de San Francisco”.

Profesan el celibato “ocupándose en exclusiva de la oración y las obras de caridad bajo la dirección espiritual de jesuitas o de cualquier otro religioso”. Sebastián de Covarrubias en la definición del término “beata” en su Tesoro de la lengua castellana publicado en 1611 se hizo eco de la asociación de significado con “bienaventurada”. Covarrubias incide en que estas mujeres “pretendían alcanzar un estado superior a través de la vida recogida y la tranquilidad de ánimo”.

Más allá de las decisiones individuales o colectivas, cualquier beata “debía adoptar el modelo de santidad como referente”, circunstancia que implicaba “la renuncia al mundo material, la mortificación de los sentidos y purificación permanente para el establecimiento de una comunicación perfecta con el Padre Eterno”. A partir del siglo XVI, en un periodo de cambios y reformas en el plano religioso, sacerdotes, teólogos y miembros de las altas jerarquías eclesiásticas “alentaron entre las beatas la aceptación de una vida de recogimiento y recato”. 

Esta forma de vida “despertaba suspicacias” entre las familias y las instancias oficiales. A lo largo de los siglos XVII y XVIII “el rechazo y desprecio hacia las beatas se acentuó”. El Diccionario de Autoridades publicado en 1726 recoge que la beata era “irónicamente y en significación contraria, y según el vulgo, la mujer que, fingiendo recogimiento y austeridad, vive mal, y se emplea en tratos y ejercicios indecentes y perversos”.

En muchas ocasiones la figura del director espiritual “condiciona la voluntad de las beatas”. Ser “beata” implica también “la renuncia a la maternidad”. En los textos de la Edad Moderna  aparece la idea de “desprenderse del orgullo y la vanidad” en lo concerniente a las mujeres.

La “beata” tendencialmente se “mimetiza con la noción de virgen y virginidad”, algo de lo que da cuenta la pintura de la época. Las mujeres de clase media alta rechazan el lujo accesorio mediante una “contención decorativa” pero mantienen algunos elementos ornamentales que favorecen la devoción.

Por último, Moralejo, ha glosado la figura de Catalina de Mendoza (1542-1602) y su vinculación a la compañía de Jesús. 

El cierre del ciclo de conferencias de la sesión matutina ha estado regido por Javier Burrieza Sánchez –Profesor Titular de Historia Moderna. Universidad de Valladolid–, con ‘Gobierno de la Ciudad de Dios: la presencia de las monjas nobles en el panorama conventual de la España Moderna. 

La exposición ha tratado sobre el hecho de ser monja en la edad moderna dentro del universo de las órdenes religiosas. Además, ha abordado el retrato de la monja noble: “Ser hija de quien soy en cualquier rincón”, en palabras de María Esperanza de Aragón. También se han contemplado sus funciones de gobierno en los conventos y monasterios y en calidad de reformadoras. Por otro lado, se han abordado casos de nobles, monjas y artistas y aquellas que fueron propuestas como modelos de la santidad. 

El estado seglar en los siglos XVI y XVII “es considerado inferior”. Entre las órdenes religiosas podemos distinguir entre “monacales, mendicantes y regulares”. En el siglo XVII aparecen distintas congregaciones cuya misión es, entre otras, la educación, aunque exista para ellas, también, la clausura.

En el siglo XVI surgen una serie de conventos dentro de las ciudades, buen ejemplo de ello son los creados por Santa Teresa de Jesús (1515-1582). El Concilio de Trento supone un “reforzamiento de la clausura”. En algunos de los conventos podíamos hallar nobles como Margarita de la Cruz o Catalina de Mendoza. Algunas de estas mujeres provenían tanto de linajes legítimos como de relaciones extramatrimoniales.

 


En sesión de tarde, Silvia Z. Mitchell, –Associate Professor of History. Prude University, Indiana (USA) y URJC–, ha llevado a cabo una exposición sobre ‘Ser madre y ser reina. La regencia femenina en el ciclo político de las reinas: el caso de Mariana de Austria’.

Mariana de Austria (1634-1696) ocupaba una “posición privilegiada dentro de la dinastía”. Fue educada “en la corte y la política dinástica y participó en rituales de la corte”. Además, tuvo tutores y maestros compartidos con su hermano Leopoldo I y fue instruida “en alemán, latín y español”.

Mitchell ha destacado la larga trayectoria política de Mariana de Austria tanto como reina consorte (1649-1655), como durante la regencia de su hijo Carlos II (1665-1675). Durante su periodo de actividad tuvo que hacer frente a los conflictos con Luis XIV por el territorio español en los Países Bajos o la independencia de Portugal. La profesora ha destacado que Mariana se desempeñó “como una estadista de primera clase”. La relación de la reina con su hijo Carlos tiene una doble vertiente “personal y política”. 

María Jesús Fuente Pérez, –Catedrática Historia Medieval. Universidad Carlos III de Madrid–, concluyó el turno de intervenciones con la ponencia ‘Madre hay más que una. Mujeres de la realeza y de la nobleza ante la maternidad. Siglos XV-XVI en los reinos hispánicos’.

 


Cabe plantearse si las mujeres nobles y las del pueblo se enfrentaban a los mismos problemas a la hora de entender la maternidad. El gran modelo de madre es el de María, “que fue virgen antes, durante y después del parto”. El periodo de la concepción conlleva “problemas físicos y condicionantes ideológicos”, el parto tiene asociado “el riesgo de muerte” y después aparecen los “problemas derivados de la crianza”. 

Para la Iglesia, la virginidad y la castidad son unas de las virtudes más “destacadas y valiosas” del cristianismo. Las relaciones sexuales sólo se concebían “para la procreación” y para las mujeres cristianas muchos días del año estaban “restringidos” a la hora de mantenerlas. 

En cuanto a los métodos para concebir se ideaban “pociones diversas” totalmente nocivas para la salud de las mujeres. Por otro lado, también, se apelaba al “rezo”. Pero, además, existían métodos para no concebir, entre ellos los anticonceptivos que servían tanto para no provocar el embarazo como para deshacerse del feto, algo “castigado por la ley, la religión y la sociedad”. 

¿Qué mujeres querían o necesitaban ser madres? Sobre todo, “las reinas y las mujeres de la nobleza”, pero también “las campesinas” debido a posibles sanciones económicas (“vasallo mañero”).

A la hora de parir ya encontramos testimonios previos a la Edad Moderna, como el de Margery Kempe (c. 1373-1438) que hablaba de “miedo y depresión”, en relación a las dificultades de su primer embarazo. El oficio de partera “tenía una gran consideración”.

A su vez nos encontramos las prescripciones de los “teóricos de la maternidad” en textos como los de Francisco de Villalobos o Bernardo de Gordonio. Estas obras tienen su continuidad en los siglos XVI y XVII.

En cuanto a los partos de las reinas tenemos algunos ejemplos como los de Isabel la Católica, con textos que glosan y ensalzan sus virtudes. Entre los peligros del parto encontramos las enfermedades como, por ejemplo, las fiebres que provocaron el fallecimiento de Lucrecia Borgia.

En el caso de las “madres privilegiadas” se plantea la opción de la elección de nodriza. El contrato se realizaba “entre hombres”, el padre de la criatura y el marido de la nodriza. A instancias de las condiciones para ser nodriza se valoraba una “salud del cuerpo” y la “salud del alma”, por “las ideas y las leyes sobre la transmisión de valores a través de la leche”, también la Iglesia “regula la prohibición de lactancia de nodrizas musulmanas o judías”. Los nacimientos de la nobleza se saldaban con grandes fastos y ofrendas.

En lo referido a la crianza encontramos numerosas imágenes pictóricas de la Virgen María enseñando a leer al Niño Jesús. Siguiendo este modelo, ubicamos a las madres de la nobleza transmitiendo este conocimiento a sus vástagos. Esta identificación de las mujeres de la nobleza con la Virgen María, “es utilizada políticamente”. Hay que añadir que la esfera familiar de la realeza, está “vinculada a la acción pública y política”.

María Jesús Fuente Pérez ha concluido destacando que la mayoría de las problemáticas de la maternidad ya estaban planteadas desde hace siglos, lo que apareja la necesidad de un estudio acerca de su evolución y repercusiones sociales.

La jornada ha finalizado con una mesa de debate titulada ‘Ciclos de vida femeninos y ejercicio del poder’.

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