El curso ha llegado a su conclusión en
una tercera jornada con una conferencia titulada ‘La condición nobiliaria y
la apropiación de la Santidad. El linaje de los Silva-Mendoza, duques de
Pastrana y la canonización de Santa Teresa de Jesús’, impartida por, la
directora del curso, –Esther Alegre Carvajal catedrática de Universidad de
Historia del Arte. UNED–.
Alegre Carvajal ha establecido que “la
élite nobiliaria de la Edad Moderna se apropia de la santidad y la integra en
sus usos culturales”. La ética moral cristiana es la que “establece las
relaciones grupales e individuales dentro de esa sociedad”. La catedrática ha
destacado que “la estructura cultural, social y emocional de la época es muy
distinta de la nuestra”.
La teología moral es “la que se ocupa
del bien y del mal dentro del comportamiento humano”. En esta época encontramos
textos destacados como el Tratado de la tribulación (1589), de Pedro
Ribadeneira.
Es una época que “está recorrida por
la religiosidad, en la que los valores de la nobleza permean toda la sociedad”.
Se constituye como el modelo aspiracional desde la baja y alta nobleza –esta
última trata de emular a la monarquía–, hasta las clases populares.
Entre los tipos de nobleza destacados
en los tratados se indica la teologal, “la propia de quien estaba en gracia de
Dios; la nobleza natural, “que tienen tanto hombres como animales por disposición
natural; y la nobleza civil o pública, “que otorgan los monarcas en recompensa
al valor y heroicos servicios prestados por individuos excelentes que, por la
sangre, pasaba a sus descendientes”.
Desde el punto de vista del prestigio,
son interesantes los vínculos entre la nobleza teologal y la aristocrática.
Santa Teresa de Jesús fue beatificada
en 1614 y canonizada en 1622, en un proceso que se considera “bastante rápido”,
previo a las disposiciones de Urbano VIII que centralizaron y ralentizaron los
cauces oficiales para la consecución de la santidad. En 1627, Urbano VIII
estableció a Santa Teresa de Ávila, junto a Santiago, como santos patronos de
España, de lo que se desdijo tres años después. Finalmente, las cortes de Cádiz
de 1812 recuperaron este patronato compartido. En 1970 se determina que Santa Teresa
de Jesús es “doctora” de la Iglesia durante el pontificado de Pablo VI.
Carvajal ha señalado que “las imágenes
de Santa Teresa elevada a los altares no suelen aparecer hasta finales del XVII
o el siglo XVIII”.
Santa Teresa de Jesús llega a Pastrana
en 1569 para fundar dos conventos carmelitas por instancia de Ana de Mendoza, princesa
de Éboli. Santa Teresa “conocía a nivel espiritual lo que significaba Pastrana
antes de llegar allí”. Pastrana era, además, un importante foco de alumbrados,
una corriente con prácticas religiosas similares a las defendidas por Teresa,
lo que a menudo la mantuvo bajo la lupa de la Inquisición. Así, la fundación
teresiana en Pastrana no fue casualidad, sino una cuestión de poder político y
afinidad ideológica-espiritual
Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli,
buscaba con estas fundaciones establecer en la localidad la casa madre
masculina de la orden del Carmen. Como valido de Felipe II y líder de la
facción cortesana conocida como "ebolista", el Príncipe de Éboli abrazaba
y apoyaba una espiritualidad recogida, respaldando a órdenes religiosas
reformadas como los carmelitas descalzos de Santa Teresa y los jesuitas. A la
muerte de Ruy Gómez de Silva, Ana de Mendoza ingresa en el convento femenino
del Carmen, cuando las monjas abandonan la institución por sus desavenencias
con la noble, ella refunda el convento con religiosas Concepcionistas
Franciscanas.
La figura de
Teresa de Jesús confluye en Pastrana con la de Catalina de Cardona. Si bien
ambas contribuyeron a la renovación carmelita, sus visiones divergieron
drásticamente: Teresa de Jesús abogaba por la oración contemplativa,
mientras que Cardona promovía una observancia más radical y eremítica,
enfocándose en monasterios masculinos.
En 1598, tras la destrucción de las cuevas del convento masculino por una tormenta, Ana de Portugal y Borja –segunda Duquesa de Pastrana– inició la construcción estable del convento, utilizando por primera vez la figura de Santa Teresa, cuya causa de beatificación estaba comenzando. No obstante, durante la primera mitad del siglo XVII, especialmente con el tercer Duque de Pastrana y su tío Fray Pedro González de Mendoza, la casa no abrazó la causa de Santa Teresa de manera exclusiva. De hecho, Fray Pedro se opuso al copatronato de Santa Teresa con Santiago, priorizando la defensa del dogma de la Inmaculada Concepción y la santidad de Beatriz de Silva. A pesar de ello, el tercer Duque encargó un ciclo de pinturas –a Juan Bautista Maíno– que narraban la fundación del convento masculino, destacando la conjunción entre la Casa Ducal y la fundación teresiana, otorgando protagonismo a la nobleza de Pastrana.
El ciclo de ponencias ha cerrado con ‘¿Ser,
parecer o forjarse como santa? Milagros y santidad femenina a partir del
Concilio de Trento’, en voz de Macarena Moralejo Ortega –profesora
Contratada Doctora. Departamento de Historia del Arte. Universidad Complutense
de Madrid–.
Durante la Reforma y Contrarreforma
algunos protestantes cuestionaron y otros rechazaron la devoción a los santos,
y por eso el Concilio de Trento (1545-1563) vio la necesidad de reafirmar la
doctrina sobre los santos que la Iglesia había heredado de los tiempos de los
Apóstoles.
A partir de esta época se incide en
tres nociones: celebración de su memoria, veneración de sus reliquias y su
poder de intercesión.
El Papa Sixto V, siguiendo el espíritu
reformador de Trento, con la Constitución “Inmensa aeterni Dei” del 22 de enero
de 1588, creó la Sagrada Congregación de Ritos y le confió la tarea de regular
el ejercicio del culto divino y de velar por las canonizaciones, las reliquias y
los lugares de culto a los santos.
La figura de María Magdalena influye
de manera directa en los modelos de santidad, como una forma de “abandonar ese
tipo de vida mundana para acercarse a la penitencia y cambiar el modo en el que
se va a relacionar con su medio y con Cristo”.
La ponencia ha detallado cómo diversas
mujeres de la nobleza y otras esferas sociales buscaron la santidad a través de
diferentes vías.
Además de las santas canonizadas, la
ponencia ha subrayado la importancia de la veneración privada de mujeres que,
sin alcanzar la canonización papal, eran reconocidas como venerables o santas
en sus diócesis. Estas vidas, documentadas en biografías y cartas, demuestran
la diversidad de caminos y acciones que se consideraban conducentes a la
santidad femenina en la época.
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