Este
lunes, 7 de julio, ha comenzado, en el Espacio Joven Europeo de Azuqueca, el
curso, organizado por UNED Guadalajara, ‘Terapia, trauma y emoción’, dirigido
por José Luis Martorell Ypiéns y coordinado por Félix Hernández Lemes. Este
curso ha sido diseñado para explorar la relación entre el trauma y las
emociones, ofreciendo herramientas terapéuticas destinadas a abordar las
heridas emocionales tanto en el trauma simple como en el complejo.
Un
ciclo de conferencias destinadas a entender cómo el trauma impacta el cerebro,
el cuerpo y las relaciones interpersonales, incluso trasladando sus efectos
entre generaciones. Además, con afán de profundizar en estrategias basadas en
enfoques como el EMDR, la psicología humanista, el enfoque somático, la
regulación emocional y la Terapia de Aceptación y Compromiso.
El
curso también propone analizar cómo el trauma afecta no sólo a los pacientes,
sino también a los profesionales, destacando la necesidad de apoyo mutuo en un
espacio de humanidad compartida.
Los
objetivos clave del curso son:
•
Dar a conocer la importancia de las emociones en relación con el trauma simple
y complejo.
•
Entender la relación entre trauma y emociones, analizando cómo las emociones
autopunitivas (vergüenza, culpa y autodesprecio) están ligadas al trauma y cómo
pueden ser procesadas terapéuticamente.
•
Desarrollar habilidades de regulación emocional para ayudar a los pacientes a
identificar, comprender y gestionar sus emociones de manera saludable.
•
Incorporar herramientas prácticas de enfoques terapéuticos basados en el
trauma, como la Psicología Humanista, la terapia somática, el EMDR o la Terapia
de Aceptación y Compromiso.
De
las emociones autopunitivas a las relaciones tóxicas sutiles
La
primera sesión ha comenzado con ‘Terapia de las emociones autopunitivas:
vergüenza, culpa y autodesprecio’, a cargo de José Luis Martorell Ypiéns –profesor
de Terapia de Familia (Máster de Psicología General Sanitaria, UNED).
Supervisor del Servicio de Psicología Aplicada UNED. Especialista en Psicología
Clínica–.
En
su intervención, Martorell abordó en primer lugar la función de las
emociones, destacando que, aunque suelen parecer espontáneas debido a su
inmediatez, en realidad constituyen una respuesta rápida ante situaciones
complejas. Estas permiten, además, una sensación de continuidad de la
experiencia, aportan atribuciones fuertes (tanto causales como disposicionales)
y ofrecen información sobre uno mismo. Sin embargo, más que simplemente
informar, las emociones "nos actúan", es decir, nos atraviesan y
modelan directamente.
A
continuación, el ponente distinguió entre emociones primarias y secundarias.
Las emociones primarias, como la alegría, tristeza, miedo, ira, sorpresa y
asco, son innatas y universales, presentes desde el nacimiento y con una clara
función adaptativa. Un aprendizaje deficiente de estas emociones básicas puede
representar una desventaja evolutiva.
Por
otro lado, las emociones secundarias son aprendidas y están
influenciadas culturalmente. No aparecen antes de los tres años y surgen como
resultado de la combinación de emociones primarias. Entre ellas se encuentran
la culpa, la vergüenza, el orgullo, los celos y la ansiedad.
Martorell
también introdujo el concepto de sistema autopoyético, aludiendo a la
capacidad del sistema emocional de producirse y mantenerse a sí mismo a través
de la interacción constante entre las células sensoriales, cerebrales y
motoras, en una relación estimada de 10/100.000/1.
En
este marco, se abordaron las emociones autopunitivas, entendidas como
estados subjetivamente desagradables que, además, son culturalmente
considerados inaceptables o incluso patológicos. El ponente analizó cómo la
cultura moderna promueve ideales de belleza, salud y felicidad –“guapos,
delgados, sanos y contentos”– que conducen a una visión distorsionada del
malestar emocional: sentirse mal equivale a estar mal. Esta visión está ligada
al llamado narcisismo cultural, donde tanto la psicoterapia como los
fármacos son utilizados frecuentemente como soluciones acríticas al
sufrimiento.
En
cuanto a la culpa y la vergüenza, se subrayó su papel esencial en la
socialización. Sin ellas, afirmó Martorell, “solo habría violencia”. Parte del
proceso de cambio psicológico implica precisamente aceptar estas emociones
cuando están vinculadas a determinadas conductas.
La
charla también abordó cómo se inducen las emociones autopunitivas, las
cuales se emplean constantemente como herramientas educativas o de control, o
ambas. Algunos de los medios más comunes para esta inducción incluyen
narraciones (cuentos, fábulas, parábolas), el enfado parental como forma de
marcar límites y diversas estrategias de índole personal, política o social.
Finalmente,
se explicaron los mecanismos de incorporación de estas emociones. Entre
ellos se encuentran el trauma, el maltrato, la actitud negligente o tóxica del
cuidador, la mirada del otro (ya sea real o imaginada), las narraciones sobre
uno mismo, la internalización a través del diálogo interno, la transformación
en lo contrario y la identificación con el agresor. Todos estos factores
contribuyen a la construcción de un mundo emocional en el que el individuo no sólo
sufre, sino que además se culpa o desprecia por sentir ese sufrimiento.
En
este contexto, la culpa y la vergüenza ocupan un lugar central. En ambos
casos, se ha interiorizado una “voz” que destruye, y es fundamental, en el
proceso terapéutico, identificar y describir esa voz para poder desmontar su
influencia.
- En
el caso de la culpa, el mensaje interiorizado es: “eres
culpable”. La respuesta habitual frente a esta emoción suele consistir
en estrategias de redención, autopunición y expiación, que llevan al
individuo a sostener un estado de sufrimiento constante.
- En
cambio, la vergüenza transmite el mensaje: “eres despreciable”.
Las respuestas emocionales suelen orientarse hacia la evitación, el deseo
de esconderse y la rabia contenida, lo que frecuentemente deriva en
sentimientos profundos de amargura.
Para
afianzar en el entendimiento de estos mecanismos Martorell ha hecho referencia
al texto Mi nombre es vergüenza tóxica de Leo Booth y John
Bradshaw.
La
comprensión de las emociones autopunitivas requiere un análisis profundo
de varios aspectos fundamentales. En primer lugar, es esencial entender cómo se
experimentan en el aquí y ahora, observando su manifestación en el
momento presente. A esto se le suma la necesidad de explorar su “biografía”,
es decir, el origen y desarrollo de estas emociones a lo largo de la vida del
individuo. Las narraciones que se construyen en torno a ellas también
juegan un papel clave, ya que las historias que una persona se cuenta a sí
misma sobre su sufrimiento pueden reforzar o modificar la intensidad de las
emociones autopunitivas. Además, es fundamental considerar el nivel somático,
ya que estas emociones se manifiestan físicamente en el cuerpo, generando
tensiones, dolores o malestares. El nivel funcional también debe ser
tenido en cuenta: ¿para qué sirven estas emociones? ¿Qué propósito cumplen en
la vida del individuo, a pesar de su carácter destructivo? Finalmente, es
necesario reflexionar sobre los juicios que se hacen sobre ellas, cómo
se valoran y si se perciben como algo incontrolable o como parte natural del
ser. La niebla, las negaciones y las falsas “superaciones”
que a menudo rodean estas emociones también deben ser desentrañadas para
comprender mejor su impacto.
En
el contexto terapéutico, el proceso se centra en crear un espacio de disponibilidad,
donde el individuo se sienta seguro para explorar estas emociones sin temor al
juicio. Es importante señalar que, en este tipo de terapia, no se busca la neutralidad
en el terapeuta; más bien, se busca una presencia activa que permita
trabajar de manera efectiva con las emociones del paciente. A menudo, las palabras
del agresor (ya sea en su entorno familiar, social o cultural) y el tono
con el que se han interiorizado en la persona juegan un papel crucial en la
perpetuación de estas emociones. Nombrar esa violencia, verbalizarla y
reconocerla abiertamente es un paso esencial para desactivar su poder. Además,
es vital validar los sentimientos negativos, como la culpa, la vergüenza
o el autodesprecio, reconociéndolos como respuestas legítimas, aunque dañinas,
antes de poder transformarlas en una experiencia de autocomprensión y cambio.
El
papel de la persona del/la terapeuta
en el tratamiento de las emociones autopunitivas es crucial, ya que no solo
guía el proceso terapéutico, sino que también se convierte en un espejo que
refleja y desafía las dinámicas emocionales del paciente. En este sentido, la alianza
terapéutica se presenta como un factor decisivo. Una relación de confianza,
empática y genuina entre el terapeuta y el paciente es fundamental para que se
puedan explorar con seguridad y sin juicios las emociones dolorosas de culpa,
vergüenza y autodesprecio. Esta alianza no es solo un vínculo emocional, sino
una herramienta poderosa para facilitar la transformación interna del paciente.
Además,
las experiencias del terapeuta con sus propias emociones de culpa y
vergüenza pueden influir en el proceso terapéutico. La reflexión y el
autoconocimiento de estas emociones en el terapeuta le permiten tener una mayor
empatía y comprensión hacia los sufrimientos del paciente, sin caer en la sobre
identificación o en la evitación. Un análisis atento de la transferencia
(proyecciones emocionales del paciente hacia el terapeuta) y de la contratransferencia
(respuestas emocionales del terapeuta hacia el paciente) también resulta
esencial, pues permite comprender las dinámicas inconscientes que emergen
durante la terapia. La mirada del terapeuta es otro componente clave: no
se trata solo de observar, sino de estar presente de manera consciente y
respetuosa, sin juzgar. Por último, retar al “amo del lenguaje”, es
decir, a los relatos internos y las narrativas que el paciente ha construido
alrededor de su sufrimiento, es una estrategia terapéutica importante. Desafiar
esas historias preconcebidas y ayudar al paciente a replantear su
autopercepción es esencial para lograr una verdadera transformación emocional.
La
primera jornada ha finalizado con ‘Las relaciones tóxicas sutiles:
diagnóstico e intervención’, impartida por Lluís Casado Esquius –psicólogo
clínico, psicoterapeuta, autor de diversos libros sobre temas relacionales,
entre ellos “El mapa del conflicto” y “Hablando se entiende la gente (¡o No!)”–.
Casado
ha destacado que un componente fundamental del bienestar es “tener una vida
relacional satisfactoria”. Los procesos de cambio deben partir de uno mismo,
pero, siempre, “en un entorno que lo favorezca”. Es “difícil construir sistemas
relacionales inteligentes”.
¿Qué
entendemos por relaciones tóxicas? “Son aquellas que desbordan tu capacidad
para manejar diferentes situaciones”, ha apuntado el ponente.
Una
relación tóxica es “una relación duradera en el tiempo que genera malestar
emocional y relacional como consecuencia del comportamiento de una de las personas
implicadas”.
Absorbe
mucha energía y repercute negativamente en la salud mental y en la propia
relación.
Conviene
no perder una mirada sistémica para comprenderla bien, diferenciando: entorno,
roles, relaciones y personas tóxicas.
La
conferencia se ha centrado en las relaciones tóxicas sutiles. Para ello el
ponente ha ofrecido un cuadro en el que realiza una identificación personal de
algunos de estos roles.
TIPOS |
CONDUCTA |
RESPUESTA |
Amargados |
Queja constante, contagian malestar, desánimo o pesimismo |
Identificar problemas y buscar soluciones |
Cactus |
Si te acercas pincha |
No aceptar sus reglas relacionales o el “yo soy así” |
Controladores |
Acosan a preguntas, demandan explicaciones y justificaciones |
Reivindicar la propia libertad |
Vampiros |
Succionan todo lo que pueden (tiempo, conocimientos, relaciones…) |
No colocar el cuello en posición favorable al mordisco |
Depredadores |
La vida sigue la ley de la selva: vencer o ser vencido |
No competir y ofrecer alternativas cooperativas, o evitar |
Ventiladores |
Se expulsan con suma facilidad las responsabilidades, compromisos, tareas |
Proponer acuerdos de reparto de tareas |
Olímpicos |
Se cuelgan todas las medallas posibles |
Pedir asertivamente que se compartan los méritos |
Periodistas |
Lo saben todo y son especialistas del rumor |
Contrastar informaciones y confrontar |
La comunicación perversa se manifiesta a través de diversas estrategias dañinas como rechazar la comunicación directa, deformar el lenguaje, mentir, utilizar el sarcasmo, la burla y el desprecio, así como recurrir a la paradoja. Además, incluye conductas como descalificar al otro, aplicar la lógica del "divide y vencerás" e imponer la autoridad como forma de control. Estas prácticas, según Irigoyen (2006, cap. 4), minan las relaciones y dificultan una interacción saludable.
Las
relaciones sanas aportan múltiples beneficios esenciales para el desarrollo
humano. Actúan como un escudo protector frente a la vulnerabilidad inherente a
nuestra especie, funcionan como canales de aprendizaje y promueven la empatía.
Además, favorecen la cooperación entre individuos, contribuyen a la salud
física y emocional, y generan un estado general de bienestar.
Para
fomentar relaciones cooperativas, C. Steiner propone cinco prácticas clave,
cada una de las cuales tiene un comportamiento opuesto que obstaculiza la
cooperación. En primer lugar, pedir ayuda implica reconocer nuestras
necesidades y buscar apoyo activamente, mientras que lo contrario, victimizarse,
consiste en adoptar una actitud pasiva y culpar a los demás o a las
circunstancias, sin asumir responsabilidad ni buscar soluciones. En segundo
lugar, ayudar a los demás favorece el vínculo mutuo, a diferencia de “salvar”,
que implica intervenir de forma paternalista o no solicitada, lo cual puede
minar la autonomía del otro. En tercer lugar, expresar intuiciones
permite compartir percepciones personales que enriquecen la comunicación,
frente a interpretar el comportamiento del otro, que supone asumir sin
preguntar las intenciones ajenas, corriendo el riesgo de generar malentendidos.
En cuarto lugar, utilizar frases de acción-sentimiento facilita la
expresión clara de lo que hacemos y sentimos, en contraste con responsabilizar
al otro, donde se deposita unilateralmente la culpa en el interlocutor. Por
último, dar reconocimiento positivo refuerza la motivación y el vínculo
afectivo, mientras que no reconocer al otro debilita la relación y puede
generar resentimiento.
A
la hora de abordar la antitoxicidad, es necesario analizar una serie de
procesos. En el esquema de las relaciones bajo una mirada sistémica,
propuesto por Casado (2024), observamos que las relaciones se desarrollan
dentro de un "ecosistema", un entorno que las abarca y las
influye. Dentro de este ecosistema, las interacciones se configuran a través de
dos elementos fundamentales y dinámicos: los "procesos
relacionales", que se refieren a las formas en que las personas
interactúan y se comunican, y los "principios relacionales",
que son las bases o reglas subyacentes que guían esas interacciones. Este
diagrama implica que la comprensión de las relaciones requiere considerar tanto
las dinámicas explícitas como las normas implícitas que operan dentro de un
contexto más amplio.
El
ponente ha ofrecido un diagrama, titulado "el bucle de las relaciones
sanas", que presenta un modelo circular que describe cómo se
construyen y mantienen interacciones saludables. Este "bucle" se
compone de cuatro elementos interconectados que se influyen mutuamente en un
flujo continuo, representado por flechas:
•
Personas autónomas: Este es un punto de partida y un resultado
fundamental. Se refiere a individuos con capacidad de autodeterminación y
auto-regulación.
•
Relaciones cooperativas: Las personas autónomas son capaces de
establecer relaciones basadas en la cooperación.
•
Roles simétricos: Las relaciones cooperativas tienden a generar roles
simétricos, donde no hay una jerarquía o desequilibrio de poder excesivo.
•
Ecosistemas sanos: Los roles simétricos, a su vez, contribuyen a la
creación de ecosistemas relacionales saludables. Estos ecosistemas sanos
retroalimentan la capacidad de las personas para ser más autónomas, cerrando
así el bucle y perpetuando un ciclo virtuoso de bienestar relacional.
En
esencia, el modelo sugiere que la autonomía individual fomenta la cooperación,
lo que lleva a la simetría en los roles, creando un entorno relacional sano
que, a su vez, fortalece la autonomía de las personas.
Existen
una serie de principios relacionales esenciales que uno debe entender y
respetar. Los puntos principales incluyen la idea de que es imposible
"no comunicar" y que las relaciones involucran la
comunicación de pensamientos y emociones. También se destaca la corresponsabilidad,
donde las relaciones son casi siempre una tarea compartida, y la subjetividad,
indicando que las relaciones son objetivas hasta cierto punto. Finalmente, se
menciona la condicionalidad, sugiriendo que, aunque somos libres de
actuar en las relaciones, esta libertad tiene límites.
Al
igual que las vacunas protegen la salud física, existen ciertos principios,
entendidos como “vacunas”, que son esenciales para la salud de las relaciones. Algunos
de los comportamientos fundamentales para fomentar interacciones saludables
son: la importancia de ver y ser visto; reconocer y sentirse reconocidos;
la necesidad de respetar y ser respetados; la capacidad de generar
vínculos de confianza y de saber discrepar sin conflicto.
"La
construcción de la realidad”, según K. Gergen, destaca que las conversaciones son una
co-construcción continua de la misma. Sugiere que, para reformular
un problema, se deben considerar cuatro perspectivas clave: la situación, el
otro/a, el yo y la relación. Además, enfatiza que cambiar el enfoque de
los problemas hacia una mirada apreciativa es fundamental para esta
reformulación, la cual es una condición indispensable para un diálogo
efectivo. Finalmente, subraya la importancia de observar el sistema
relacional para comprender plenamente cualquier situación o narrativa.
En
lo relativo a la naturaleza de la conversación, su significado
reside en la relación y la co-acción, más que en el individuo. Propone que
las interacciones pueden ser "generativas", abriendo
nuevas posibilidades y construyendo algo que antes no existía, o "degenerativas",
limitando el progreso. Se enfatiza que los sentimientos son una forma
de acción y que es crucial la "doble escucha" en los
diálogos, atendiendo tanto al contenido como a la invitación implícita en la
acción del otro.
El
metamodelo de la PNL (programación neurolingüística) es una herramienta que
busca recuperar información perdida y evidenciar distorsiones en la
comunicación. Su propósito es ayudar a las personas a tomar conciencia de cómo
se comunican. En el esquema aparecen tres tipos de distorsiones: omisiones,
generalizaciones y distorsiones, ofreciendo preguntas de clarificación
específicas para cada una, lo que facilita desentrañar y entender mejor el
mensaje subyacente.
En
otro diagrama de flujo, Casado, ha ilustrado las acciones relacionales
necesarias para alcanzar acuerdos. El proceso se centra en un ciclo
iterativo donde las partes piden y ofrecen propuestas.
Para que estos intercambios sean efectivos, es fundamental reconocer las
perspectivas de los demás y escuchar activamente, lo que
facilita la comprensión mutua. Este flujo continuo de interacción, sustentado
en la comprensión y el reconocimiento, conduce al objetivo de acordar.
Los
juegos psicológicos son definidos como patrones de relaciones
repetitivas donde las personas se comportan de ciertas maneras y manipulan
emocionalmente para satisfacer una "necesidad". El diagrama
central identifica un triángulo invertido con los roles fundamentales dentro
de estos juegos. Se detallan específicamente los roles de perseguidor,
quien busca sumisión y manipula aterrorizando; salvador, que anhela
ser necesitado y manipula incapacitando; y víctima, quien busca
protección y manipula incapacitándose a sí misma. Este modelo destaca la
naturaleza interdependiente y a menudo disfuncional de estas interacciones.
En
relación a los juegos de poder Steiner (1981), se definen como la capacidad de producir cambios en otros, volviéndose
negativos al buscar control. Un juego de poder es un conjunto de transacciones
conscientes destinadas a forzar a alguien a actuar en contra de su
voluntad. Algunas de estas tácticas son el "todo o nada" (explotar
necesidades), intimidación, mentiras (ocultar información)
y control pasivo (culpabilizar mediante inacción).
El
ponente ha concluido en la contraposición de dos roles predefinidos, la
simbiosis complementaria y la competitiva.
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