lunes, 7 de julio de 2025

De las emociones autopunitivas a las relaciones tóxicas sutiles


Este lunes, 7 de julio, ha comenzado, en el Espacio Joven Europeo de Azuqueca, el curso, organizado por UNED Guadalajara, ‘Terapia, trauma y emoción’, dirigido por José Luis Martorell Ypiéns y coordinado por Félix Hernández Lemes. Este curso ha sido diseñado para explorar la relación entre el trauma y las emociones, ofreciendo herramientas terapéuticas destinadas a abordar las heridas emocionales tanto en el trauma simple como en el complejo.


Un ciclo de conferencias destinadas a entender cómo el trauma impacta el cerebro, el cuerpo y las relaciones interpersonales, incluso trasladando sus efectos entre generaciones. Además, con afán de profundizar en estrategias basadas en enfoques como el EMDR, la psicología humanista, el enfoque somático, la regulación emocional y la Terapia de Aceptación y Compromiso.

El curso también propone analizar cómo el trauma afecta no sólo a los pacientes, sino también a los profesionales, destacando la necesidad de apoyo mutuo en un espacio de humanidad compartida.

Los objetivos clave del curso son:

• Dar a conocer la importancia de las emociones en relación con el trauma simple y complejo.

• Entender la relación entre trauma y emociones, analizando cómo las emociones autopunitivas (vergüenza, culpa y autodesprecio) están ligadas al trauma y cómo pueden ser procesadas terapéuticamente.

• Desarrollar habilidades de regulación emocional para ayudar a los pacientes a identificar, comprender y gestionar sus emociones de manera saludable.

• Incorporar herramientas prácticas de enfoques terapéuticos basados en el trauma, como la Psicología Humanista, la terapia somática, el EMDR o la Terapia de Aceptación y Compromiso.

• Reconocer los límites del terapeuta, enfatizando la importancia de la autocompasión y el autocuidado en los profesionales para evitar el desgaste emocional.


De las emociones autopunitivas a las relaciones tóxicas sutiles

La primera sesión ha comenzado con ‘Terapia de las emociones autopunitivas: vergüenza, culpa y autodesprecio’, a cargo de José Luis Martorell Ypiéns –profesor de Terapia de Familia (Máster de Psicología General Sanitaria, UNED). Supervisor del Servicio de Psicología Aplicada UNED. Especialista en Psicología Clínica–.

En su intervención, Martorell abordó en primer lugar la función de las emociones, destacando que, aunque suelen parecer espontáneas debido a su inmediatez, en realidad constituyen una respuesta rápida ante situaciones complejas. Estas permiten, además, una sensación de continuidad de la experiencia, aportan atribuciones fuertes (tanto causales como disposicionales) y ofrecen información sobre uno mismo. Sin embargo, más que simplemente informar, las emociones "nos actúan", es decir, nos atraviesan y modelan directamente.

A continuación, el ponente distinguió entre emociones primarias y secundarias. Las emociones primarias, como la alegría, tristeza, miedo, ira, sorpresa y asco, son innatas y universales, presentes desde el nacimiento y con una clara función adaptativa. Un aprendizaje deficiente de estas emociones básicas puede representar una desventaja evolutiva.

Por otro lado, las emociones secundarias son aprendidas y están influenciadas culturalmente. No aparecen antes de los tres años y surgen como resultado de la combinación de emociones primarias. Entre ellas se encuentran la culpa, la vergüenza, el orgullo, los celos y la ansiedad.

Martorell también introdujo el concepto de sistema autopoyético, aludiendo a la capacidad del sistema emocional de producirse y mantenerse a sí mismo a través de la interacción constante entre las células sensoriales, cerebrales y motoras, en una relación estimada de 10/100.000/1.

En este marco, se abordaron las emociones autopunitivas, entendidas como estados subjetivamente desagradables que, además, son culturalmente considerados inaceptables o incluso patológicos. El ponente analizó cómo la cultura moderna promueve ideales de belleza, salud y felicidad –“guapos, delgados, sanos y contentos”– que conducen a una visión distorsionada del malestar emocional: sentirse mal equivale a estar mal. Esta visión está ligada al llamado narcisismo cultural, donde tanto la psicoterapia como los fármacos son utilizados frecuentemente como soluciones acríticas al sufrimiento.

En cuanto a la culpa y la vergüenza, se subrayó su papel esencial en la socialización. Sin ellas, afirmó Martorell, “solo habría violencia”. Parte del proceso de cambio psicológico implica precisamente aceptar estas emociones cuando están vinculadas a determinadas conductas.

La charla también abordó cómo se inducen las emociones autopunitivas, las cuales se emplean constantemente como herramientas educativas o de control, o ambas. Algunos de los medios más comunes para esta inducción incluyen narraciones (cuentos, fábulas, parábolas), el enfado parental como forma de marcar límites y diversas estrategias de índole personal, política o social.

Finalmente, se explicaron los mecanismos de incorporación de estas emociones. Entre ellos se encuentran el trauma, el maltrato, la actitud negligente o tóxica del cuidador, la mirada del otro (ya sea real o imaginada), las narraciones sobre uno mismo, la internalización a través del diálogo interno, la transformación en lo contrario y la identificación con el agresor. Todos estos factores contribuyen a la construcción de un mundo emocional en el que el individuo no sólo sufre, sino que además se culpa o desprecia por sentir ese sufrimiento.

En este contexto, la culpa y la vergüenza ocupan un lugar central. En ambos casos, se ha interiorizado una “voz” que destruye, y es fundamental, en el proceso terapéutico, identificar y describir esa voz para poder desmontar su influencia.

  • En el caso de la culpa, el mensaje interiorizado es: “eres culpable”. La respuesta habitual frente a esta emoción suele consistir en estrategias de redención, autopunición y expiación, que llevan al individuo a sostener un estado de sufrimiento constante.
  • En cambio, la vergüenza transmite el mensaje: “eres despreciable”. Las respuestas emocionales suelen orientarse hacia la evitación, el deseo de esconderse y la rabia contenida, lo que frecuentemente deriva en sentimientos profundos de amargura.

Para afianzar en el entendimiento de estos mecanismos Martorell ha hecho referencia al texto Mi nombre es vergüenza tóxica de Leo Booth y John Bradshaw.

La comprensión de las emociones autopunitivas requiere un análisis profundo de varios aspectos fundamentales. En primer lugar, es esencial entender cómo se experimentan en el aquí y ahora, observando su manifestación en el momento presente. A esto se le suma la necesidad de explorar su “biografía”, es decir, el origen y desarrollo de estas emociones a lo largo de la vida del individuo. Las narraciones que se construyen en torno a ellas también juegan un papel clave, ya que las historias que una persona se cuenta a sí misma sobre su sufrimiento pueden reforzar o modificar la intensidad de las emociones autopunitivas. Además, es fundamental considerar el nivel somático, ya que estas emociones se manifiestan físicamente en el cuerpo, generando tensiones, dolores o malestares. El nivel funcional también debe ser tenido en cuenta: ¿para qué sirven estas emociones? ¿Qué propósito cumplen en la vida del individuo, a pesar de su carácter destructivo? Finalmente, es necesario reflexionar sobre los juicios que se hacen sobre ellas, cómo se valoran y si se perciben como algo incontrolable o como parte natural del ser. La niebla, las negaciones y las falsas “superaciones” que a menudo rodean estas emociones también deben ser desentrañadas para comprender mejor su impacto.

En el contexto terapéutico, el proceso se centra en crear un espacio de disponibilidad, donde el individuo se sienta seguro para explorar estas emociones sin temor al juicio. Es importante señalar que, en este tipo de terapia, no se busca la neutralidad en el terapeuta; más bien, se busca una presencia activa que permita trabajar de manera efectiva con las emociones del paciente. A menudo, las palabras del agresor (ya sea en su entorno familiar, social o cultural) y el tono con el que se han interiorizado en la persona juegan un papel crucial en la perpetuación de estas emociones. Nombrar esa violencia, verbalizarla y reconocerla abiertamente es un paso esencial para desactivar su poder. Además, es vital validar los sentimientos negativos, como la culpa, la vergüenza o el autodesprecio, reconociéndolos como respuestas legítimas, aunque dañinas, antes de poder transformarlas en una experiencia de autocomprensión y cambio.

El papel de la persona del/la terapeuta en el tratamiento de las emociones autopunitivas es crucial, ya que no solo guía el proceso terapéutico, sino que también se convierte en un espejo que refleja y desafía las dinámicas emocionales del paciente. En este sentido, la alianza terapéutica se presenta como un factor decisivo. Una relación de confianza, empática y genuina entre el terapeuta y el paciente es fundamental para que se puedan explorar con seguridad y sin juicios las emociones dolorosas de culpa, vergüenza y autodesprecio. Esta alianza no es solo un vínculo emocional, sino una herramienta poderosa para facilitar la transformación interna del paciente.

Además, las experiencias del terapeuta con sus propias emociones de culpa y vergüenza pueden influir en el proceso terapéutico. La reflexión y el autoconocimiento de estas emociones en el terapeuta le permiten tener una mayor empatía y comprensión hacia los sufrimientos del paciente, sin caer en la sobre identificación o en la evitación. Un análisis atento de la transferencia (proyecciones emocionales del paciente hacia el terapeuta) y de la contratransferencia (respuestas emocionales del terapeuta hacia el paciente) también resulta esencial, pues permite comprender las dinámicas inconscientes que emergen durante la terapia. La mirada del terapeuta es otro componente clave: no se trata solo de observar, sino de estar presente de manera consciente y respetuosa, sin juzgar. Por último, retar al “amo del lenguaje”, es decir, a los relatos internos y las narrativas que el paciente ha construido alrededor de su sufrimiento, es una estrategia terapéutica importante. Desafiar esas historias preconcebidas y ayudar al paciente a replantear su autopercepción es esencial para lograr una verdadera transformación emocional.



La primera jornada ha finalizado con ‘Las relaciones tóxicas sutiles: diagnóstico e intervención’, impartida por Lluís Casado Esquius –psicólogo clínico, psicoterapeuta, autor de diversos libros sobre temas relacionales, entre ellos “El mapa del conflicto” y “Hablando se entiende la gente (¡o No!)”–.

Casado ha destacado que un componente fundamental del bienestar es “tener una vida relacional satisfactoria”. Los procesos de cambio deben partir de uno mismo, pero, siempre, “en un entorno que lo favorezca”. Es “difícil construir sistemas relacionales inteligentes”.

¿Qué entendemos por relaciones tóxicas? “Son aquellas que desbordan tu capacidad para manejar diferentes situaciones”, ha apuntado el ponente.

Una relación tóxica es “una relación duradera en el tiempo que genera malestar emocional y relacional como consecuencia del comportamiento de una de las personas implicadas”.

Absorbe mucha energía y repercute negativamente en la salud mental y en la propia relación.

Conviene no perder una mirada sistémica para comprenderla bien, diferenciando: entorno, roles, relaciones y personas tóxicas.

La conferencia se ha centrado en las relaciones tóxicas sutiles. Para ello el ponente ha ofrecido un cuadro en el que realiza una identificación personal de algunos de estos roles.

TIPOS

CONDUCTA

RESPUESTA

Amargados

Queja constante, contagian malestar, desánimo o pesimismo

Identificar problemas y buscar soluciones

Cactus

Si te acercas pincha

No aceptar sus reglas relacionales o el “yo soy así”

Controladores

Acosan a preguntas, demandan explicaciones y justificaciones

Reivindicar la propia libertad

Vampiros

Succionan todo lo que pueden (tiempo, conocimientos, relaciones…)

No colocar el cuello en posición favorable al mordisco

Depredadores

La vida sigue la ley de la selva: vencer o ser vencido

No competir y ofrecer alternativas cooperativas, o evitar

Ventiladores

Se expulsan con suma facilidad las responsabilidades, compromisos, tareas

Proponer acuerdos de reparto de tareas

Olímpicos

Se cuelgan todas las medallas posibles

Pedir asertivamente que se compartan los méritos

Periodistas

Lo saben todo y son especialistas del rumor

Contrastar informaciones y confrontar

La comunicación perversa se manifiesta a través de diversas estrategias dañinas como rechazar la comunicación directa, deformar el lenguaje, mentir, utilizar el sarcasmo, la burla y el desprecio, así como recurrir a la paradoja. Además, incluye conductas como descalificar al otro, aplicar la lógica del "divide y vencerás" e imponer la autoridad como forma de control. Estas prácticas, según Irigoyen (2006, cap. 4), minan las relaciones y dificultan una interacción saludable.


Las relaciones sanas aportan múltiples beneficios esenciales para el desarrollo humano. Actúan como un escudo protector frente a la vulnerabilidad inherente a nuestra especie, funcionan como canales de aprendizaje y promueven la empatía. Además, favorecen la cooperación entre individuos, contribuyen a la salud física y emocional, y generan un estado general de bienestar.

Para fomentar relaciones cooperativas, C. Steiner propone cinco prácticas clave, cada una de las cuales tiene un comportamiento opuesto que obstaculiza la cooperación. En primer lugar, pedir ayuda implica reconocer nuestras necesidades y buscar apoyo activamente, mientras que lo contrario, victimizarse, consiste en adoptar una actitud pasiva y culpar a los demás o a las circunstancias, sin asumir responsabilidad ni buscar soluciones. En segundo lugar, ayudar a los demás favorece el vínculo mutuo, a diferencia de “salvar”, que implica intervenir de forma paternalista o no solicitada, lo cual puede minar la autonomía del otro. En tercer lugar, expresar intuiciones permite compartir percepciones personales que enriquecen la comunicación, frente a interpretar el comportamiento del otro, que supone asumir sin preguntar las intenciones ajenas, corriendo el riesgo de generar malentendidos. En cuarto lugar, utilizar frases de acción-sentimiento facilita la expresión clara de lo que hacemos y sentimos, en contraste con responsabilizar al otro, donde se deposita unilateralmente la culpa en el interlocutor. Por último, dar reconocimiento positivo refuerza la motivación y el vínculo afectivo, mientras que no reconocer al otro debilita la relación y puede generar resentimiento.


A la hora de abordar la antitoxicidad, es necesario analizar una serie de procesos. En el esquema de las relaciones bajo una mirada sistémica, propuesto por Casado (2024), observamos que las relaciones se desarrollan dentro de un "ecosistema", un entorno que las abarca y las influye. Dentro de este ecosistema, las interacciones se configuran a través de dos elementos fundamentales y dinámicos: los "procesos relacionales", que se refieren a las formas en que las personas interactúan y se comunican, y los "principios relacionales", que son las bases o reglas subyacentes que guían esas interacciones. Este diagrama implica que la comprensión de las relaciones requiere considerar tanto las dinámicas explícitas como las normas implícitas que operan dentro de un contexto más amplio.

El ponente ha ofrecido un diagrama, titulado "el bucle de las relaciones sanas", que presenta un modelo circular que describe cómo se construyen y mantienen interacciones saludables. Este "bucle" se compone de cuatro elementos interconectados que se influyen mutuamente en un flujo continuo, representado por flechas:

Personas autónomas: Este es un punto de partida y un resultado fundamental. Se refiere a individuos con capacidad de autodeterminación y auto-regulación.

Relaciones cooperativas: Las personas autónomas son capaces de establecer relaciones basadas en la cooperación.

Roles simétricos: Las relaciones cooperativas tienden a generar roles simétricos, donde no hay una jerarquía o desequilibrio de poder excesivo.

Ecosistemas sanos: Los roles simétricos, a su vez, contribuyen a la creación de ecosistemas relacionales saludables. Estos ecosistemas sanos retroalimentan la capacidad de las personas para ser más autónomas, cerrando así el bucle y perpetuando un ciclo virtuoso de bienestar relacional.

En esencia, el modelo sugiere que la autonomía individual fomenta la cooperación, lo que lleva a la simetría en los roles, creando un entorno relacional sano que, a su vez, fortalece la autonomía de las personas.

Existen una serie de principios relacionales esenciales que uno debe entender y respetar. Los puntos principales incluyen la idea de que es imposible "no comunicar" y que las relaciones involucran la comunicación de pensamientos y emociones. También se destaca la corresponsabilidad, donde las relaciones son casi siempre una tarea compartida, y la subjetividad, indicando que las relaciones son objetivas hasta cierto punto. Finalmente, se menciona la condicionalidad, sugiriendo que, aunque somos libres de actuar en las relaciones, esta libertad tiene límites.

Al igual que las vacunas protegen la salud física, existen ciertos principios, entendidos como “vacunas”, que son esenciales para la salud de las relaciones. Algunos de los comportamientos fundamentales para fomentar interacciones saludables son: la importancia de ver y ser visto; reconocer y sentirse reconocidos; la necesidad de respetar y ser respetados; la capacidad de generar vínculos de confianza y de saber discrepar sin conflicto.

"La construcción de la realidad”, según K. Gergen, destaca que las conversaciones son una co-construcción continua de la misma. Sugiere que, para reformular un problema, se deben considerar cuatro perspectivas clave: la situación, el otro/a, el yo y la relación. Además, enfatiza que cambiar el enfoque de los problemas hacia una mirada apreciativa es fundamental para esta reformulación, la cual es una condición indispensable para un diálogo efectivo. Finalmente, subraya la importancia de observar el sistema relacional para comprender plenamente cualquier situación o narrativa.

En lo relativo a la naturaleza de la conversación, su significado reside en la relación y la co-acción, más que en el individuo. Propone que las interacciones pueden ser "generativas", abriendo nuevas posibilidades y construyendo algo que antes no existía, o "degenerativas", limitando el progreso. Se enfatiza que los sentimientos son una forma de acción y que es crucial la "doble escucha" en los diálogos, atendiendo tanto al contenido como a la invitación implícita en la acción del otro.

El metamodelo de la PNL (programación neurolingüística) es una herramienta que busca recuperar información perdida y evidenciar distorsiones en la comunicación. Su propósito es ayudar a las personas a tomar conciencia de cómo se comunican. En el esquema aparecen tres tipos de distorsiones: omisiones, generalizaciones y distorsiones, ofreciendo preguntas de clarificación específicas para cada una, lo que facilita desentrañar y entender mejor el mensaje subyacente.

En otro diagrama de flujo, Casado, ha ilustrado las acciones relacionales necesarias para alcanzar acuerdos. El proceso se centra en un ciclo iterativo donde las partes piden y ofrecen propuestas. Para que estos intercambios sean efectivos, es fundamental reconocer las perspectivas de los demás y escuchar activamente, lo que facilita la comprensión mutua. Este flujo continuo de interacción, sustentado en la comprensión y el reconocimiento, conduce al objetivo de acordar.

Los juegos psicológicos son definidos como patrones de relaciones repetitivas donde las personas se comportan de ciertas maneras y manipulan emocionalmente para satisfacer una "necesidad". El diagrama central identifica un triángulo invertido con los roles fundamentales dentro de estos juegos. Se detallan específicamente los roles de perseguidor, quien busca sumisión y manipula aterrorizando; salvador, que anhela ser necesitado y manipula incapacitando; y víctima, quien busca protección y manipula incapacitándose a sí misma. Este modelo destaca la naturaleza interdependiente y a menudo disfuncional de estas interacciones.

En relación a los juegos de poder Steiner (1981), se definen como la capacidad de producir cambios en otros, volviéndose negativos al buscar control. Un juego de poder es un conjunto de transacciones conscientes destinadas a forzar a alguien a actuar en contra de su voluntad. Algunas de estas tácticas son el "todo o nada" (explotar necesidades), intimidaciónmentiras (ocultar información) y control pasivo (culpabilizar mediante inacción).

El ponente ha concluido en la contraposición de dos roles predefinidos, la simbiosis complementaria y la competitiva.












 

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