martes, 8 de julio de 2025

Cuerpo y vínculo

 

La sesión de tarde ha estado marcada por una sesión doble. En primera instancia ‘Cuerpo y vínculo (primera parte)’, con Lucía Ema Llorente –psicóloga, psicoterapeuta, psiconeuroinmunóloga–.

El punto de partida de esta conferencia se ha centrado en el cuerpo como continente y contenido, y la imagen inconsciente del cuerpo. Nacemos en un estado de inmadurez total, con un cuerpo vulnerable y dependiente ("hardware"), un sistema nervioso en desarrollo ("software en estado de demo"), una vasta red de neuronas aún sin conectar ("cableado") y un cerebro (“procesador”). En este estado inicial, el cuerpo es la materialización y el vehículo fundamental para establecer las primeras relaciones, permitiendo el desarrollo de nuestra capacidad de pensar y sentir. Se moldea a partir de una carga genética que nos predispone a la relación con otros y, desde el inicio, graba experiencias exclusivamente sensoriales en su vulnerabilidad, que se convierten en huellas de memoria implícita.

Dado este estado de inmadurez, nuestro sistema nervioso no puede representar mentalmente los estados de excitación o calma; por ello, necesitamos otro cuerpo sensible y contingente para regular nuestro sistema nervioso (lo que se conoce como heterorregulación). En los comienzos de la vida, el cuerpo es el gran protagonista, el agente que da voz a la experiencia cuando aún no existen las palabras. Las sensaciones tempranas quedan grabadas en nuestro inconsciente, organizándose en un lenguaje corporal especial, mudo y arcaico que los adultos deben aprender a captar, traducir y acompañar. Este lenguaje silencioso y olvidado de las sensaciones es crucial, y al escucharlo con amabilidad, primero por otro sensible y sintonizado y luego por nosotros mismos, podemos entender y responder adecuadamente a nuestras necesidades. Este lenguaje sensorial abarca tanto los sentidos externos (olfato, gusto, tacto, audición, visión) como los internos (sistema inmune, interocepción, nocicepción o neurocepción).

El vínculo y la sintonía son el motor del desarrollo. Las primeras conexiones neuronales se forman a partir de la satisfacción o no de señales corporales como el confort/disconfort, hambre/saciedad, frío/calor o contacto/retirada. Nuestro cuerpo guarda memoria de todo lo que nos sucede gracias a su configuración física (músculos, tendones, fascias, vísceras) y su biología hormonal (oxitocina, prolactina, endorfinas, serotonina y adrenalina), lo que constituye el sustrato biológico del apego. Nacemos con un potencial que sólo se desplegará si el entorno es el adecuado.

El cuerpo tiene una respuesta evolutiva programada. El bebé detecta nuevos escenarios, internos y externos, a través de sus sentidos, desencadenando una cascada de respuestas. Esta respuesta se graba y enriquece la experiencia futura. Si la respuesta fisiológica, motora, afectiva que el cuerpo ha elaborado se ejecuta y se resuelve en todas sus dimensiones gracias a un adulto sensible y responsivo, el cuerpo del bebé vuelve a un equilibrio dinámico. Cada experiencia es la base de la siguiente, moldeando el cerebro con nuevas sinapsis y transformando al bebé en alguien más experimentado. Este proceso de ritmo y sincronicidad se observa en la oscilación entre la máxima necesidad y la máxima saturación en torno a un punto de homeostasis o equilibrio.

El cuerpo aprende a codificar las señales. Si una respuesta inicial no es satisfactoria, el cuerpo elabora otra, lo que implica la inhibición de la respuesta primera para dar paso a la siguiente. Esto puede lograrse modulando la respiración, la musculatura, la percepción de señales sensoriales, o a través del sistema hormonal de gestión del estrés (eje HPA) y su retroalimentación negativa. Si la no satisfacción de las necesidades persiste, el cuerpo del bebé puede quedar fijado en una sensación física y biológica que inhibe la necesidad original (por ejemplo, la necesidad de mamar), siendo la base de la adaptación y la supervivencia. La reactividad biológica del cuerpo muestra una curva en forma de U, donde niveles bajos o altos de estrés psicosocial y adversidad temprana se asocian con alta reactividad, mientras que un nivel moderado se asocia con menor reactividad. En el vínculo entre el infante y el cuidador, el infante emite una señal (expresión no verbal) que el cuidador percibe a través de la resonancia y reflexión, lo que lleva a la expresión del afecto decodificado y a una expresión contingente que permite al infante internalizar la imagen del objeto y formar una representación de su propio estado del self.



Sin embargo, no todas las experiencias se desarrollan como deberían. Las respuestas evolutivamente programadas constituyen un "proyecto maestro" interno, un "blueprint" de cómo el cuerpo debería organizarse en cada momento después del nacimiento. Cuando este proyecto no se cumple, el sistema es incapaz de regular la sobrecarga y la integración de la experiencia se inhibe. Esta experiencia, que "debería haber pasado pero no pasó", se convierte en una "experiencia perdida" que deja una huella en el psiquismo infantil y es registrada en el "almacén corporal".

La falla en el acoplamiento y las roturas en el vínculo son fundamentales en la generación de estas experiencias perdidas. Cuando las señales del niño no son acogidas adecuadamente y no recibe una respuesta acorde a su estado de forma continuada, puede surgir una herida o trauma emocional. Esta herida se manifiesta en dos tiempos: primero, un shock que deja al niño confuso y bloqueado, sin huella en la memoria ni defensa posible; segundo, la ausencia de una persona de confianza que dé sentido a esa experiencia abrumadora, lo que se denomina "lo que no sucede" o "la desmentida". Las experiencias perdidas implican que el niño no recibe atención suficiente y sintonizada, resultando en una falta de presencia física o emocional que lleva a una sensación de vacío y la nada, y un embotamiento de los sentidos. Esta respuesta es aterradora para el bebé, no puede ser representada ni reprimida, y se manifiesta como un "presente infinito", un "tiempo vacío", una sensación de "estar muriéndose continuamente". Este sufrimiento, incomprensible e inasible para el bebé, requiere la relación de un vínculo de apego para ser representado y elaborado. La "confusión de lenguas" de Ferenczi ilustra esta desorientación, donde lo que es evidente para los niños escapa a los padres, y viceversa, generando una brecha comunicativa y afectiva.

La escisión emerge como una consecuencia y una salida a estas experiencias traumáticas. El trauma se traduce en la ausencia de una respuesta adecuada, lo que resulta en la mutilación y fragmentación de la experiencia del niño, dejándolo en un estado de indefensión traumática permanente. Esta huella corporal puede reactivarse fácilmente ante cualquier ocasión relacional, incluida la terapia. En este contexto, el cambio de perspectiva crucial radica no tanto en lo que ha ocurrido, sino en lo que NO ha ocurrido.

Finalmente, el camino de vuelta implica la posibilidad de un nuevo comienzo. Detrás de un niño herido, puede aparecer un adolescente o un adulto aparentemente normal, pero que carece de herramientas para vivir con confianza. Nuestro papel es ir en la búsqueda de esas experiencias perdidas y ofrecer un nuevo comienzo donde la experiencia pueda ser nombrada y reconocida, todo dentro de un entorno de seguridad. El vínculo terapéutico debe convertirse en un "colchón" para que los pacientes, tanto grandes como pequeños, puedan recuperar su cuerpo en su totalidad.

La tarde ha concluido con ‘Cuerpo y vínculo (segunda parte)’, por parte de Beatriz Cazurro Burgos –psicoterapeuta y formadora–.

La comprensión de la seguridad va más allá de la mera ausencia de amenaza; tal como Gabor Maté postula, "la seguridad no es la ausencia de amenaza sino la presencia de la conexión". Esta profunda interrelación entre el cuerpo y el vínculo es fundamental para nuestra experiencia y desarrollo.

La importancia de la seguridad sentida radica en varios aspectos clave:

• Proteger las relaciones, como las de madre-bebé o terapeuta-paciente.

• Nombrar experiencias perdidas para hacerlas visibles e integrarlas.

• Conectar de forma significativa y profunda.

• Actuar como una brújula para decisiones sociales, económicas y políticas.

El apego, esa relación fundamental que establecemos desde nuestros primeros momentos de vida, se configura a partir de tres factores importantes:

• Inicialmente, es una relación única, duradera y cargada afectivamente.

• De ella se genera una estrategia de autoprotección.

• Se forma un patrón neurológico de procesamiento de la información que subyace a cada estrategia, afectando funciones ejecutivas, dinámicas sociales y el orden de la información.

Existe una interconexión constante entre relaciones, mente y cuerpo. Desde los primeros días de vida, el cuerpo del bebé experimenta el mundo a través del otro. El contacto piel a piel, la mirada, el ritmo del habla del adulto y el sostén físico y emocional son elementos cruciales. Todo esto se inscribe en la memoria somática del niño como experiencias de seguridad o amenaza. Este registro no es narrativo, sino sensorial y postural, almacenándose como patrones corporales. La corporalización del apego ocurre según el estilo relacional.

La Teoría Polivagal describe cómo nuestro Sistema Nervioso Autónomo (SNA) regula nuestras respuestas a la seguridad y el peligro, manifestándose a través de diferentes "vías" o estados fisiológicos:

Vía Verde: Conexión Social (Sistema Parasimpático - Vagal Ventral) Este estado se asocia con la seguridad, la conexión, la resiliencia y la colaboración. Se caracteriza por:

Ojos: Brillantes y vivaces, miran directamente, apartan la mirada para pausas y la recuperan, parecen atentos y asimilando información.

Cuerpo: Relajado, buen tono muscular, movimientos estables, equilibrados y coordinados. En niños pequeños, brazos y piernas se mueven hacia el centro del cuerpo, ajustando la postura al cuidador. El movimiento se adapta al entorno.

Rostro: Sonriente, muestra alegría y todas las emociones.

Voz: Tranquila, activa, con cambios de inflexión.

Ritmo/frecuencia de movimientos: Cambia suavemente en respuesta al entorno; movimientos ni demasiado rápidos ni demasiado lentos.

Vía Roja: Lucha o Huida (Sistema Simpático) Este estado se activa ante el peligro, promoviendo la movilización, la lucha, la huida o la competición. Las manifestaciones incluyen:

Ojos: Muy abiertos, entrecerrados o cerrados; pueden hacer contacto visual directo e intenso, ponen los ojos en blanco, miran rápidamente a su alrededor.

Cuerpo: Dedos extendidos, espalda arqueada, postura tensa, movimiento constante. Demanda espacio empujando o invadiendo el de los demás. Puede morder, golpear, dar patadas, saltar, tirar cosas.

Rostro: Boca muy abierta, enojo, disgusto, ceño fruncido, sonrisa falsa o forzada, mandíbula o dientes apretados.

Voz: Llantos, gritos o chillidos muy agudos, tono alto, hostil o gruñona, sarcástica, risa descontrolada.

Ritmo/frecuencia de movimientos: Movimientos rápidos e impulsivos.

Vía Azul: Bloqueo (Sistema Parasimpático - Vagal Dorsal) Este estado se manifiesta ante una amenaza vital, llevando al colapso, la disociación o el aislamiento. Sus características son:

◦ Ojos: Mirada vidriosa (miran a través de las cosas y personas), rehúyen la mirada mucho tiempo, bajan la mirada. Parecen somnolientos/cansados. No miran a su alrededor en busca de cosas interesantes, miran más a las cosas que a las personas.

Rostro: Expresión plana/ausente, boca triste, comisuras caídas.

Voz: Pocos o ningún sonido, suena fría, suave, triste, demasiado baja.

Ritmo/frecuencia de movimientos: Movimientos lentos, lentos para empezar a moverse.

Cuerpo: Hundido, encorvado, bajo tono muscular, poca o ninguna curiosidad ni juegos exploratorios. Deambula, se queda paralizado o se mueve despacio.

Estos estados fisiológicos están intrínsecamente ligados a los estilos de apego:

Apego Seguro: Se caracteriza por relajación fisiológica, exploración autónoma, vulnerabilidad emocional y desarrollo del self.

• Apego Interrumpido: Se manifiesta con tensión crónica, hipo/hiperactivación, defensa/insensibilidad, y desconexión o falsa adaptación.

En el ámbito terapéutico, el apego se reconoce como un patrón corporalizado. Las experiencias de apego no solo se recuerdan con palabras, sino que se encarnan y se manifiestan en posturas, gestos, tensiones musculares, respiración y tono emocional. Es crucial atender a lo que se dice, lo que no se dice y cómo se dice. La importancia de validar lo que hay y entender la función del síntoma, así como nombrar lo invisible, son pilares de la intervención.

La seguridad sentida del terapeuta es un recurso terapéutico fundamental. Sin embargo, existen obstáculos que pueden dificultarla:

• La disociación del terapeuta, es decir, trabajar "desde la cabeza sin conexión corporal".

• La hipervigilancia profesional o el miedo a "hacerlo mal".

Activaciones personales no conscientes (contratransferencia no regulada).

• Una cultura de la técnica sin presencia, con un foco excesivo en el modelo teórico.

La presencia encarnada representa el encuentro auténtico con el otro. El patrón corporal se convierte en un guion relacional. Con el tiempo, este patrón se automatiza, llevando a que "mi cuerpo sabe cómo estar con el otro". Influye directamente en cómo el paciente se acerca, se protege, se entrega o se retrae en una relación. Incluso afecta la forma de caminar, sentarse, hablar o jugar. Es, en esencia, la "coreografía inconsciente" del vínculo, un "baile entre terapeuta y paciente".

Finalmente, la pregunta fundamental en la terapia y en las relaciones humanas no es tanto "¿qué hacer?" sino "¿quién ser para el otro?". La profunda y transformadora respuesta está en el vínculo.

 

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