La
sesión de tarde ha estado marcada por una sesión doble. En primera instancia ‘Cuerpo
y vínculo (primera parte)’, con Lucía Ema Llorente –psicóloga, psicoterapeuta,
psiconeuroinmunóloga–.
El
punto de partida de esta conferencia se ha centrado en el cuerpo como
continente y contenido, y la imagen inconsciente del cuerpo. Nacemos
en un estado de inmadurez total, con un cuerpo vulnerable y
dependiente ("hardware"), un sistema nervioso en desarrollo
("software en estado de demo"), una vasta red de neuronas aún sin
conectar ("cableado") y un cerebro (“procesador”). En este estado
inicial, el cuerpo es la materialización y el vehículo
fundamental para establecer las primeras relaciones, permitiendo el desarrollo
de nuestra capacidad de pensar y sentir. Se moldea a partir de una carga
genética que nos predispone a la relación con otros y, desde el inicio, graba
experiencias exclusivamente sensoriales en su vulnerabilidad, que se
convierten en huellas de memoria implícita.
Dado
este estado de inmadurez, nuestro sistema nervioso no puede representar
mentalmente los estados de excitación o calma; por ello, necesitamos otro
cuerpo sensible y contingente para regular nuestro sistema nervioso (lo
que se conoce como heterorregulación). En los comienzos de la vida, el cuerpo
es el gran protagonista, el agente que da voz a la experiencia
cuando aún no existen las palabras. Las sensaciones tempranas quedan grabadas
en nuestro inconsciente, organizándose en un lenguaje corporal
especial, mudo y arcaico que los adultos deben aprender a captar, traducir
y acompañar. Este lenguaje silencioso y olvidado de las sensaciones es
crucial, y al escucharlo con amabilidad, primero por otro sensible y
sintonizado y luego por nosotros mismos, podemos entender y responder
adecuadamente a nuestras necesidades. Este lenguaje sensorial abarca
tanto los sentidos externos (olfato, gusto, tacto, audición, visión)
como los internos (sistema inmune, interocepción, nocicepción o
neurocepción).
El
vínculo y la sintonía son el motor del desarrollo. Las primeras
conexiones neuronales se forman a partir de la satisfacción o no de señales
corporales como el confort/disconfort, hambre/saciedad, frío/calor o
contacto/retirada. Nuestro cuerpo guarda memoria de todo lo que nos sucede
gracias a su configuración física (músculos, tendones, fascias, vísceras) y su biología
hormonal (oxitocina, prolactina, endorfinas, serotonina y adrenalina), lo
que constituye el sustrato biológico del apego. Nacemos con un potencial
que sólo se desplegará si el entorno es el adecuado.
El
cuerpo tiene una respuesta evolutiva programada. El bebé detecta nuevos
escenarios, internos y externos, a través de sus sentidos, desencadenando una
cascada de respuestas. Esta respuesta se graba y enriquece la experiencia
futura. Si la respuesta fisiológica, motora, afectiva que el cuerpo ha elaborado
se ejecuta y se resuelve en todas sus dimensiones gracias a un adulto sensible
y responsivo, el cuerpo del bebé vuelve a un equilibrio dinámico. Cada
experiencia es la base de la siguiente, moldeando el cerebro con nuevas
sinapsis y transformando al bebé en alguien más experimentado. Este proceso de ritmo
y sincronicidad se observa en la oscilación entre la máxima necesidad
y la máxima saturación en torno a un punto de homeostasis o
equilibrio.
El
cuerpo aprende a codificar las señales. Si una respuesta inicial no es
satisfactoria, el cuerpo elabora otra, lo que implica la inhibición de la
respuesta primera para dar paso a la siguiente. Esto puede lograrse
modulando la respiración, la musculatura, la percepción de señales sensoriales,
o a través del sistema hormonal de gestión del estrés (eje HPA) y su
retroalimentación negativa. Si la no satisfacción de las necesidades persiste,
el cuerpo del bebé puede quedar fijado en una sensación física y biológica que
inhibe la necesidad original (por ejemplo, la necesidad de mamar), siendo la
base de la adaptación y la supervivencia. La reactividad biológica del cuerpo
muestra una curva en forma de U, donde niveles bajos o altos de estrés
psicosocial y adversidad temprana se asocian con alta reactividad, mientras
que un nivel moderado se asocia con menor reactividad. En el vínculo entre el
infante y el cuidador, el infante emite una señal (expresión no verbal)
que el cuidador percibe a través de la resonancia y reflexión, lo
que lleva a la expresión del afecto decodificado y a una expresión
contingente que permite al infante internalizar la imagen del objeto y
formar una representación de su propio estado del self.
Sin
embargo, no todas las experiencias se desarrollan como deberían. Las respuestas
evolutivamente programadas constituyen un "proyecto maestro"
interno, un "blueprint" de cómo el cuerpo debería organizarse
en cada momento después del nacimiento. Cuando este proyecto no se cumple, el
sistema es incapaz de regular la sobrecarga y la integración de la
experiencia se inhibe. Esta experiencia, que "debería haber pasado
pero no pasó", se convierte en una "experiencia perdida"
que deja una huella en el psiquismo infantil y es registrada en el
"almacén corporal".
La
falla en el acoplamiento y las roturas en el vínculo son
fundamentales en la generación de estas experiencias perdidas. Cuando
las señales del niño no son acogidas adecuadamente y no recibe una respuesta
acorde a su estado de forma continuada, puede surgir una herida o trauma
emocional. Esta herida se manifiesta en dos tiempos: primero, un shock
que deja al niño confuso y bloqueado, sin huella en la memoria ni defensa
posible; segundo, la ausencia de una persona de confianza que dé sentido a esa
experiencia abrumadora, lo que se denomina "lo que no sucede" o
"la desmentida". Las experiencias perdidas implican que el
niño no recibe atención suficiente y sintonizada, resultando en una falta de
presencia física o emocional que lleva a una sensación de vacío y la nada,
y un embotamiento de los sentidos. Esta respuesta es aterradora para el bebé,
no puede ser representada ni reprimida, y se manifiesta como un "presente
infinito", un "tiempo vacío", una sensación de "estar
muriéndose continuamente". Este sufrimiento, incomprensible e inasible
para el bebé, requiere la relación de un vínculo de apego para ser representado
y elaborado. La "confusión de lenguas" de Ferenczi ilustra
esta desorientación, donde lo que es evidente para los niños escapa a los
padres, y viceversa, generando una brecha comunicativa y afectiva.
La
escisión emerge como una consecuencia y una salida a estas experiencias
traumáticas. El trauma se traduce en la ausencia de una respuesta
adecuada, lo que resulta en la mutilación y fragmentación de la
experiencia del niño, dejándolo en un estado de indefensión traumática
permanente. Esta huella corporal puede reactivarse fácilmente ante
cualquier ocasión relacional, incluida la terapia. En este contexto, el cambio
de perspectiva crucial radica no tanto en lo que ha ocurrido, sino en lo que
NO ha ocurrido.
Finalmente,
el camino de vuelta implica la posibilidad de un nuevo comienzo.
Detrás de un niño herido, puede aparecer un adolescente o un adulto
aparentemente normal, pero que carece de herramientas para vivir con confianza.
Nuestro papel es ir en la búsqueda de esas experiencias perdidas y
ofrecer un nuevo comienzo donde la experiencia pueda ser nombrada y
reconocida, todo dentro de un entorno de seguridad. El vínculo
terapéutico debe convertirse en un "colchón" para que los
pacientes, tanto grandes como pequeños, puedan recuperar su cuerpo en su
totalidad.
La
tarde ha concluido con ‘Cuerpo y vínculo (segunda parte)’, por parte de
Beatriz Cazurro Burgos –psicoterapeuta y formadora–.
La
comprensión de la seguridad va más allá de la mera ausencia de amenaza; tal
como Gabor Maté postula, "la seguridad no es la ausencia de
amenaza sino la presencia de la conexión". Esta profunda interrelación
entre el cuerpo y el vínculo es fundamental para nuestra
experiencia y desarrollo.
La
importancia de la seguridad sentida radica en varios aspectos
clave:
•
Proteger las relaciones, como las de madre-bebé o terapeuta-paciente.
•
Nombrar experiencias perdidas para hacerlas visibles e integrarlas.
•
Conectar de forma significativa y profunda.
•
Actuar como una brújula para decisiones sociales, económicas y políticas.
El
apego, esa relación fundamental que establecemos desde nuestros primeros
momentos de vida, se configura a partir de tres factores importantes:
•
Inicialmente, es una relación única, duradera y cargada afectivamente.
•
De ella se genera una estrategia de autoprotección.
•
Se forma un patrón neurológico de procesamiento de la información que
subyace a cada estrategia, afectando funciones ejecutivas, dinámicas sociales y
el orden de la información.
Existe
una interconexión constante entre relaciones, mente y cuerpo. Desde
los primeros días de vida, el cuerpo del bebé experimenta el mundo a través del
otro. El contacto piel a piel, la mirada, el ritmo del habla del adulto y el
sostén físico y emocional son elementos cruciales. Todo esto se inscribe en la
memoria somática del niño como experiencias de seguridad o amenaza.
Este registro no es narrativo, sino sensorial y postural, almacenándose como
patrones corporales. La corporalización del apego ocurre según el estilo
relacional.
La
Teoría Polivagal describe cómo nuestro Sistema Nervioso Autónomo (SNA) regula
nuestras respuestas a la seguridad y el peligro, manifestándose a través de
diferentes "vías" o estados fisiológicos:
•
Vía Verde: Conexión Social (Sistema Parasimpático - Vagal Ventral) Este
estado se asocia con la seguridad, la conexión, la resiliencia y la
colaboración. Se caracteriza por:
◦
Ojos: Brillantes y vivaces, miran directamente, apartan la mirada
para pausas y la recuperan, parecen atentos y asimilando información.
◦
Cuerpo: Relajado, buen tono muscular, movimientos estables,
equilibrados y coordinados. En niños pequeños, brazos y piernas se mueven hacia
el centro del cuerpo, ajustando la postura al cuidador. El movimiento se adapta
al entorno.
◦
Rostro: Sonriente, muestra alegría y todas las emociones.
◦
Voz: Tranquila, activa, con cambios de inflexión.
◦
Ritmo/frecuencia de movimientos: Cambia suavemente en respuesta al
entorno; movimientos ni demasiado rápidos ni demasiado lentos.
•
Vía Roja: Lucha o Huida (Sistema Simpático) Este estado se activa
ante el peligro, promoviendo la movilización, la lucha, la huida o la
competición. Las manifestaciones incluyen:
◦
Ojos: Muy abiertos, entrecerrados o cerrados; pueden hacer contacto
visual directo e intenso, ponen los ojos en blanco, miran rápidamente a su
alrededor.
◦
Cuerpo: Dedos extendidos, espalda arqueada, postura tensa,
movimiento constante. Demanda espacio empujando o invadiendo el de los demás.
Puede morder, golpear, dar patadas, saltar, tirar cosas.
◦
Rostro: Boca muy abierta, enojo, disgusto, ceño fruncido, sonrisa
falsa o forzada, mandíbula o dientes apretados.
◦
Voz: Llantos, gritos o chillidos muy agudos, tono alto, hostil o
gruñona, sarcástica, risa descontrolada.
◦
Ritmo/frecuencia de movimientos: Movimientos rápidos e impulsivos.
•
Vía Azul: Bloqueo (Sistema Parasimpático - Vagal Dorsal) Este
estado se manifiesta ante una amenaza vital, llevando al colapso, la
disociación o el aislamiento. Sus características son:
◦ Ojos: Mirada vidriosa (miran a través de las cosas y personas), rehúyen la mirada mucho tiempo, bajan la mirada. Parecen somnolientos/cansados. No miran a su alrededor en busca de cosas interesantes, miran más a las cosas que a las personas.
◦
Rostro: Expresión plana/ausente, boca triste, comisuras caídas.
◦
Voz: Pocos o ningún sonido, suena fría, suave, triste, demasiado
baja.
◦
Ritmo/frecuencia de movimientos: Movimientos lentos, lentos para
empezar a moverse.
◦
Cuerpo: Hundido, encorvado, bajo tono muscular, poca o ninguna
curiosidad ni juegos exploratorios. Deambula, se queda paralizado o se mueve
despacio.
Estos
estados fisiológicos están intrínsecamente ligados a los estilos de apego:
•
Apego Seguro: Se caracteriza por relajación fisiológica,
exploración autónoma, vulnerabilidad emocional y desarrollo del self.
• Apego Interrumpido: Se manifiesta con tensión crónica,
hipo/hiperactivación, defensa/insensibilidad, y desconexión o falsa adaptación.
En
el ámbito terapéutico, el apego se reconoce como un patrón corporalizado. Las
experiencias de apego no solo se recuerdan con palabras, sino que se
encarnan y se manifiestan en posturas, gestos, tensiones musculares,
respiración y tono emocional. Es crucial atender a lo que se dice, lo
que no se dice y cómo se dice. La importancia de validar lo que hay y
entender la función del síntoma, así como nombrar lo invisible, son
pilares de la intervención.
La seguridad
sentida del terapeuta es un recurso terapéutico fundamental. Sin
embargo, existen obstáculos que pueden dificultarla:
•
La disociación del terapeuta, es decir, trabajar "desde la
cabeza sin conexión corporal".
•
La hipervigilancia profesional o el miedo a "hacerlo
mal".
•
Activaciones personales no conscientes (contratransferencia no
regulada).
•
Una cultura de la técnica sin presencia, con un foco excesivo en el
modelo teórico.
La
presencia encarnada representa el encuentro auténtico con el otro. El patrón
corporal se convierte en un guion relacional. Con el tiempo, este
patrón se automatiza, llevando a que "mi cuerpo sabe cómo estar con el
otro". Influye directamente en cómo el paciente se acerca, se protege, se
entrega o se retrae en una relación. Incluso afecta la forma de caminar, sentarse,
hablar o jugar. Es, en esencia, la "coreografía inconsciente"
del vínculo, un "baile entre terapeuta y paciente".
Finalmente,
la pregunta fundamental en la terapia y en las relaciones humanas no es
tanto "¿qué hacer?" sino "¿quién ser para el otro?".
La profunda y transformadora respuesta está en el vínculo.
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