La narración oral es un arte
y en ese arte, el Centro Asociado de la UNED en Guadalajara ha cimentado su
último curso de verano del 2018. El curso, que cuenta con ocho ponencias
distribuidas a lo largo de tres días, enraíza en la profunda tradición de
narración oral que desde hace más de veinte años tiene Guadalajara gracias al
Maratón de cuentos. Partiendo de esta base, más de diez investigadores y
profesionales de la narración oral construyen todo un relato sobre la
importancia de los cuentos y de la narración oral como arte de relación.
Pero vayamos al primer día. La apertura
del curso ha ido francamente bien, ha llenado esos estómagos hambrientos de
reflexión y voraces de curiosidad sobre la narración oral. Marina Sanfilippo,
directora del curso, lo ha inaugurado con su ponencia titulada ‘El hilo que teje la red: la
narración oral entre voz y memoria’. Pep, el omnipresente,
alcarreñísimo y catalán Pep Bravo, a la sazón coordinador del curso, lo ha cerrado
con su conferencia sobre la ‘historia del cuento contado en España’.
Todo ello sin contar la sorpresa final de la que hablaremos más adelante.
En primer lugar, sentado atrás
en la sala en la que se imparte el curso uno comienza a clasificar tipos de
cogotes y de asistentes al curso; es entonces cuando se comprueba que hay de
todo. Hay pelos largos, calvas, cabezas jóvenes, cabellos blancos, coronas de
nieve, ondas profundas de cabellos oscuros y claros, lisos y rizados. Hombres y
mujeres de todo origen, tipo y estereotipo. Todos ellos enhebrados por un mismo
hilo invisible que los ata y los une: el amor por los cuentos, por la narración
oral. Un interés que teje ciudad y por ende comunidad. De hecho, esta ha sido la
idea subyacente de la primera ponencia, pero quizá para comprender el trasfondo
de la tarde sea mejor comenzar por el final.
Como en toda conferencia, hacia
el final se ha abierto el turno de intervenciones a los asistentes. Pero lo que
han empezado siendo una sarta de tímidas preguntas y respuestas se han
convertido poco a poco en una conversación magnética en la que el hielo se fundió
hasta que cada uno aportó lo que mejor pudo. Había acentos de todos lados,
asentimientos en voz alta y pugnas por intervenir con varias manos levantadas
hasta llegar al corazón de historias personales. No ha habido rastro de esas intervenciones
pedantes que en muchos cursos y conferencias se alargan en el tiempo y el
espacio negándose a morir con el objetivo de que el que pregunta demuestre lo
mucho que sabe al resto; nada más lejos. Todo conocimiento ha sido de todos, para
todos, por todos. Una sensación de comunidad y libertad expresiva ha embriagado
la sala. Ese hilo invisible que unía a
los que estábamos allí se ha tensado más y más. Los apuntes sobre la curiosidad
sobre que en la narración oral un hola pueda ser un adiós y un te odio pueda
ser un te quiero han dejado pasos a experiencias catársicas de verdadera
purificación mediante el sentimiento.
Anécdotas sobre personas con
Alzheimer que con un determinado cuento volvían de aquel lugar en el que sus
mentes se pierden; recuerdos infantiles sepultados por el silencio de un tabú sobre
el vestido azul con pájaros que una madre llevaba el día que un padre quedó
tetrapléjico en un accidente de tráfico… "El cuento no es solo palabra, está la voz" ha
exclamado aliviada una asistente. La narración será siempre algo que vaya más
allá del plano intelectual. La voz como respiración voz y trueno, era lo que se entendía como creador antes de la traducción de la biblia al latín como verbo creador. Y ahora sí,
ya podemos ir a la primera ponencia.
‘El hilo que teje la red: la narración oral entre voz y memoria’ – Marina Sanfilippo
Pep Bruno opina que la capacidad de contar
historias es lo que hizo humano al hombre. Si nos lo tomamos al pie de la letra
Marina Sanfilippo es especialmente humana. Su talento para contar cosas es evidente.
Esto es algo que la hace cercana, familiar... Sanfilippo es licenciada en
Lengua y
Literatura extranjera moderna por la Universidad de La Sapienza, Roma, y en
Filología Hispánica por la UNED. Su tesis versa sobre el renacimiento de la narración
oral en Italia y España, pero vayamos a lo importante: es vehemente, emotiva,
presta atención muy fuerte a los que intervienen y mueve mucho las manos.
Para Sanfilippo las ciudades son
lo que nos contamos. Todo mapa conceptual, todo lo que construyen las personas
es un cuento. Las urbes y las aldeas cuentan cuentos sobre si mismos para tejer
comunidad. Junto a narración y comunidad la clave de la narración oral es su
carácter festivo en sentido antropológico, algo que cumple perfectamente el
Maratón de Cuentos de Guadalajara. “Beati color che al di la del velo de la
parola rescon a udire lo spirito della voce”, cita a Corrado Bologna: benditos
aquellos que tras el velo de la palabra consiguen oír el espíritu de la voz.
La voz es difícil de medir, se
teme, puede confundir. No puede, según Sanfilippo racionalizarse totalmente y
tampoco reducirse a lo genérico en su estudio científico. “La voz tiene algo
más que decir” pero fuera de lo místico se han ocupado de ella numerosos
etnomusicólogos que han analizado la carga semántica en la voz y no en las
palabras. En la cultura folclórica la voz que narra utiliza formas del habla,
de entonación, de cantinela y de cantos. Es una música hablada. “La lengua
dice, pero es la voz la que hace”. En la curva melódica las cuerdas vocales
pasan a un estado totalmente distinto, el cuento nos emociona, vamos más allá
del habla común, pero para ello hemos de pasar por la memoria.
Si la voz es el hilo la memoria
es la red. Para una sola persona la memoria no es lo que es para una comunidad.
Pero la memoria no es un depósito, sino que de ella brotan elementos empujados
por la interacción con la realidad. La memoria autobiográfica es la
actualización de la vida y esa misma actualización se produce con el cuento.
Brota cuando necesita llegar al presente y une dos almas en el mismo tiempo. La
narración en si misma despierta recuerdos. Quien narra crea recuerdos
autobiográficos ficticios, algo como la auto ficción. Pero esa memoria útil es
la que activa el interior de quien escucha. Existe una intersubjetividad y una experiencia
estética. La vida interior se puede intuir, podemos empatizar.
Cuando hablamos u oímos de una
acción movilizamos las neuronas casi como cuando los sufrimos. Se producen
catarsis, se tienen vivencias reales y encarnadas como si el cuerpo estuviera
entro. Es una vivencia real. Lo que escuchamos nos influye profundamente. Los
cuentos pueden hacernos mejores, pueden hacernos peores. Magdalena Labarga “y
todo por nada” habla de la empatía generada en la narración oral en la que las
emociones se tocan y se modifican. Nuestras emociones se mueven y vamos
empedrando los puentes que unen las almas. Vivimos en una sociedad en la que es
difícil saber qué deseamos, y todos los cuentos tratan un gran deseo, qué se
consigue y como se consigue. Quien escucha se conecta con el deseo de quien
habla. Dejamos atrás los deseos de una vida posmoderna y vivimos la experiencia
estética. El arte puede incluso sugestionarnos a nivel físico, y más aún en los
cuentos. La narración oral es la intersubjetividad humana, y por ello no la
impiden las tecnologías, prevalecen.
Pep Bruno no necesita mucha
presentación en esta ciudad, pero vaya, es narrador oral profesional, escritor,
formador, miembro de AEDA, impulsor del Maratón de Cuentos y autor de varias
decenas de cuentos ilustrados. Pep colabora asiduamente con prensa y radio y
participa y organiza numerosos espectáculos de narración oral.
Según Pep, hace cerca de 80.000 años el hombre adquiere el lenguaje y con
ello la ficción. Hemos sido una sociedad totalmente oral hasta la aparición de
los primeros textos escritos y a partir de ella una sociedad mixta, aunque con
primacía de la oralidad hasta hace relativamente poco. Hacia el año 1.000 la
tradición europea recibe una serie de elementos que acaban por hacer los
cuentos populares tal y como los conocemos hoy. Con el tiempo aparecen
colecciones de cuentos contados como la obra de Don Juan Manuel o Chaucer.
En el XVIII y
XIX, en muchos casos ligados al nacionalismo, comienza la fiebre por hacer
literatura del cuento popular. Los hermanos Grimm despertaron la moda y en
España, ese testigo lo recogió Cecilia Böhl de Faber (Fernán Caballero). Ella
recogió cuentos contados, unos cuentos que intentaban literaturizarse, algo que
condiciona su desarrollo y su estudio. Surgen por España sociedades folclóricas,
como la de Machado, que reúnen a gente capaz de recoger cuentos y poner por
escrito tradiciones populares de gran valor. Años después, Menéndez Pidal y su
mujer, María Goyri, comienzan en su luna de miel una recolección de romances de
hace siglos que pervivieron en la tradición oral. Comienzan también a recogerse
cuentos por toda la geografía española.
En EEUU, un
autor de origen hispano, Aurelio Macedonio Espinosa (padre), pretende recopilar
cuentos hispanoamericanos y españoles para comparar en su tesis la evolución
diferencial de cuentos, algo que tuvo que hacer él mismo en España y que tardó
años y años en concluir. En 1930, su hijo del mismo nombre, se embarca en el
Atlas Lingüístico de Menéndez Pidal y finalmente, en 1936, comienza a
desarrollar un plan de recogida de cuentos sistemático. Al mes y medio,
Espinosa huyó por la Guerra abandonando el manuscrito, sin embargo, un amigo
suyo lo recuperó y un año después el paquete llegó a América. En 1948 se publicó
en Buenos Aires los cuentos, y por fin en 1980 el CSIC publicó la colección
completa.
Volviendo a
principios del Siglo XX, desde los países anglosajones llega una moda de
dedicar una hora a contar cuentos a los niños. En los años 30 esto alcanza
España y autores como Elena Fortún y Concepción Carreras crean manuales sobre los
cuentos, cómo contarlos, colecciones, repertorios etc. Pocos años más tarde,
para 1964, Montserrat del Amo se dedica a contar cuentos en Barcelona y Madrid.
Estos ámbitos se circunscribían sobre todo a bibliotecas. Estaban relacionadas
con la animación a la lectura, las historias funcionaban como gancho y estaban
pensadas sobre todo para público infantil.
Con la
renovación pedagógica de la democracia los nuevos profesores usan el cuento
contado con una concepción instrumental: enseñar. El cuento florece en las
aulas y hay maestro que cuentan hasta tal punto que dejan de ser maestros y
dedicarse a narrar hasta convertirse en profesionales, personalidades como
Virginia Imaz, quien nos reserva una sorpresa para el final. En los colegios se
hacen muchísimas actividades narrativas, en Cabanillas hay ya una semana anual
dedicad a los cuentos orales que se ha ido expandiendo desde una sola escuela. En
los años 80 se publican cuentos recogidos, colecciones populares sin la mirada
de la censura. Había entonces varias decenas de narradores itinerantes que
combinaban su labor con otros trabajos. En esa década surge una nueva
generación, nace una concepción espectacular de la narración oral escénica que
incluye al público adulto, y esta concepción parte del Maratón de los Cuentos
de Guadalajara.
En 1998 nace
ANIN y desde entonces hay nueve asociaciones más de narradores, de las cuales
cuatro han dejado de funcionar. Surgen libros de teoría sobre el contar libros,
uno especialmente emblemático fue el de Estrella Ortiz, narradora profesional. Las
TIC suman su ayuda al contacto entre narradores y amateurs de la narración oral
de cuentos: espacios de formación, wikis, páginas. Se desarrolla interés
universitario en la narración oral. Además de estos cambios, según ha indicado
el propio Pep Bruno, los narradores comienzan a recuperar los cuentos
tradicionales y a luchar por que la narración oral supere su actual labor como medio al servicio de la lectura y el aprendizaje en escuelas y
bibliotecas para lograr erigirse en un fin en si mismo, es decir, en un arte.
En cuanto las
preguntas iban a concluir en lo que la gente suponía el final de la jornada, alguien
ha comenzado a hablar a voces desde el final del aula. Virginia Imaz vestida de
payaso en su famoso alter ego. Con un corazón pintado sobre un vestido plateado
metálico a juego con la capa, los brazos en jarretas, la nariz roja y dos
coletas pelirrojas brotando de un gorro morado, Imaz ha roto tabúes, riéndose de
todo, todos y con todos. Imaz afirma que ante el cliché de todo periodista sobre
si se puede vivir del cuento hay que tener una respuesta preparada. Ella dice que no todos los que quieren viven de ello, pero que en su caso no puede vivir
sin cuento. “Los cuentos a mí me dieron,
raíces y ganas de volar”, dijo mientras intentaba atrapar el patrimonio inmaterial con un cazamariposas.
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