Si ayer descubríamos qué es un geoparque, cómo funciona el
Geoparque de la Comarca de Molina-Alto Tajo y qué tipo de iniciativas lleva a
cabo, hoy tocaba introducirnos de lleno en él y conocer “in situ” algunas de
esas infraestructuras desarrolladas para divulgar su geología.
Así que pusimos rumbo hacia los parajes del Barranco de la
Hoz, Cuevas Labradas y el cañón del río Tajo, en las inmediaciones del Puente
San Pedro, por donde discurren las Geo-rutas 4 y 5 del Parque Natural. Lo que
nadie se esperaba es que durante nuestra visita conseguiríamos mucho más que
observar paisajes sublimes convenientemente explicados con paneles y áreas
experimentales o asimilar un puñado de conceptos geológicos, que quizá podamos
desempolvar con cierto aire de interesantes en alguna otra visita futura a
lugares con una geología similar.
Ayer recorrimos con nuestra mirada alrededor de 500 millones
de años y fuimos capaces de imaginar un gélido océano por el que viajaban
icebergs; una gran cordillera tan alta como el Himalaya; erupciones volcánicas
o antiguos ríos hoy convertidos en piedra. Asistimos a la extinción más masiva
de la historia, en la que desaparecieron el 96 por ciento de los seres vivos,
hace 225 millones de años, y nos asomarnos a un mar tropical poco profundo de
arrecifes de coral poblados por una gran cantidad de seres vivos.
De esta manera, Luis Carcavilla, científico del IGME,
coordinador del Comité Científico del Geoparque y responsable de desarrollar
los proyectos de las nueve Geo-rutas y la Guía Geológica del Parque Natural del
Alto Tajo, fue desgajando la historia geológica de este territorio y nos enseñó
a ver los registros de ese pasado en las rocas, en los fósiles y en el relieve
del paisaje.
Como en todo viaje, en esta aventura geológica es imprescindible
llevar mapa y brújula. Miguel Ángel Rodríguez
Pascua, científico del IGME y miembro del Comité Científico del Geoparque, apareció
enigmático con un trozo de cartón, que se convirtió en un improvisado mapa, en el
que señalamos el norte y, después, en dos placas sobre las que comprobamos cómo
se forma el relieve del paisaje. Rodríguez Pascua acababa de poner en marcha la
maquinaria y nuestro entorno cobró movimiento. Entonces, comprobamos
cómo el relieve se elevaba, se plegaba y fracturaba en las impresionantes rocas
calizas que se formaron bajo un mar tropical del Jurásico, hace 135 millones de
años. “Esos esfuerzos tectónicos que están empujando las placas y hacen que se
muevan unas sobre otras son uno de los condicionantes que hacen que el relieve que
vemos en el Alto Tajo sea el que es, combinado con otras cosas como la erosión
de los ríos, la disolución de las calizas etc.”
La Geología es una ciencia que explica procesos complejos y,
en contra de lo que muchos piensan, una disciplina muy útil y necesaria para
anticipar el funcionamiento de nuestro planeta o el cambio climático y evitar
futuras catástrofes. No obstante, convenientemente explicada, también nos
permite aprender y disfrutar, porque las rocas relatan historias apasionantes
sobre el pasado de la Tierra.
La jornada llegaría a su fin desentrañando los procesos
kársticos del relieve del cañón del Tajo desde el imponente mirador de Zaorejas
y las profundidades de la Sima de Alcorón, gracias a Javier Lario, profesor de
la UNED y director de este curso, con el que conocimos las rocas más jóvenes
del Geoparque: las tobas y los mecanismos por los cuales se forman algunas de
las simas y cascadas más hermosas de la zona, como el Aguespeña, la
Escaleruela o la cascada de El Campillo. “Hay una parte del paisaje del
Geoparque, que es la relacionada con el modelado kárstico, que está asociado a
los procesos de disolución y precipitación de las calizas y a la infiltración
del agua subterránea en el territorio y hemos podido ver los diferentes
ejemplos, tanto de formas en el exterior, como cuevas y simas, que conectan con
el medio subterráneo, y los travertinos, que nos dan bastante información, tanto
paleoclimática, como de la evolución del encajamiento del río Tajo durante el
Cuaternario”, explica Lario
Al culminar la tarde, regresamos a Molina con millones de
imágenes en la retina y la sensación de haber experimentado un viaje al más puro
estilo de una novela de Julio Verne, quizá hacia las profundidades de la tierra
o entre los confines del tiempo. Tomar contacto con el paisaje, conocer sus entrañas
y descubrir sus secretos hizo que lo sintiéramos un poco más nuestro, como si
parte de su esencia nos perteneciera para siempre.
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