viernes, 8 de julio de 2022

Autoría femenina: la autorrepresentación como legado

Autorretratos de mujeres durante los siglos XVI-XVII: una propuesta de interpretación

Última jornada del curso consagrado a analizar las conexiones entre arte e identidad en la representación femenina durante la Edad Moderna. Sesión, la del viernes, afanada en explicar el papel de la mujer como autora y propulsora de producción cultural. La primera ponencia, a cargo de Cecilia Gamberini, –PhD, Universidad Autónoma de Madrid–, ha tenido por título “Autorretratos de mujeres durante los siglos XVI-XVII: una propuesta de interpretación”.

“El Renacimiento puso los mimbres para un rol activo de la mujer en el desarrollo cultural”, comentaba Gamberini. Hasta ese momento, textos como Vita Nuova (1292-1293) de Dante Alighieri, Decameron (1351-1353) de Bocaccio o el Cancionero de Petrarca (1470), son ejemplos escritos de glosa sobre la dignidad de la mujer a través de la literatura.

 

En El Cortesano (1528), Baltasar Castiglione, daba cuenta de una mujer cultivada en las letras, la música, la pintura y en el arte del baile y el festejo.

Por su parte, Christine de Pizan, se opone abiertamente a la misoginia en La ciudad de las damas (1405). “Si existiera la costumbre de enviar a las niñas a la escuela y enseñarlas ciencias, aprenderían igual de bien”, suscribía Pizan.

El filósofo valenciano Juan Luis Vives, hace hincapié en De institutione feminae christianae, sobre la educación de la mujeres cristianas. Otras publicaciones como el Decor puellarum (1471), anónimo, da cuenta de la mujer artista.

Giorgio Vasari en Le Vite (1550) –texto dedicado a las vidas de arquitectos, pintores y escultores italianos– habla de una visita a la casa de Sofonisba Anguissola en Cremona y elogia la producción de la pintora.

 

“Las mujeres se insertan en el mundo artístico a través del autorretrato porque así eligen cómo presentarse al mundo”, ha afirmado Gamberini. Continuaba suscribiendo que, “la representación artística de las mujeres ha existido desde la Prehistoria, aunque hasta hace poco no se ha reflexionado sobre el papel de autoría de la mujer”. Además, en los últimos tiempos han surgido teorías sobre el papel de las mujeres en la creación de las venus paleolíticas.

A su vez, el protestantismo, trae consigo una nueva representación de la mujer que asume un papel activo como figura de autoridad e implicada en las actividades que de forma tradicional se atribuían a los hombres.

Catharina van Hemessen (1527-1578), pintora flamenca, contó con la protección de María de Habsburgo, hermana de Carlos V. Realizó un autorretrato en 1548, una de las obras más antiguas conocidas que plantean la propia representación de la mujer, y en la que se pinta en el ejercicio de su profesión.

Sofonisba Anguissola (1535-1625), pintó un autorretrato en 1556 que a nivel iconográfico replica el de Catharina. Durante los primeros años de formación en Cremona, Amilcare Anguissola, aprovechó las pinturas de su hija para hacer una campaña de promoción, hasta llegar a la corte de Isabel de Valois. En los retratos juveniles de Sofonisba podemos apreciar el nombre del padre, lo que constituye un ejercicio de afirmación de su linaje ilustre.

Por su parte, la miniatura se convirtió en un género hábil de la creación femenina para el autorretrato. “En el caso de los hombres esto era una opción, pero en el de las mujeres a veces era la norma”, según la profesora.

Lavinia Fontana (1552-164), aprendió a pintar en el taller de su padre. En un autorretrato de 1577 aparece representada delante de una espineta –instrumento de la familia del clavecín–. En otro autorretrato de 1579 se muestra rodeada de esculturas y en el ejercicio de la escritura, algo que denota su lado humanista.

“La producción literaria del s XVII distorsiona el papel de la mujer, denigrándola”, en contraposición a ejemplos escritos anteriores, relataba Gamberini.

 

Artemisia Gentileschi (1593-1656), fue una pintora barroca italiana que desarrolló buena parte de su trayectoria en Florencia bajo el mecenazgo de los Medici. En 1611 fue violada por un amigo de su padre y mentor de la pintora a los 18 años. Este suceso marcó algunos de los temas en su producción. En un autorretrato pintado entre 1638 y 1639, se presenta de una manera diferente a sus antecesoras, como una alegoría de la pintura, según el concepto de Cesare Ripa.

Elisabetta Sirani (1637-1665), fue otra pintora de la época barroca. En 1658 produce un autorretrato en el que, del mismo modo que Artemisia, aparece reflejada como una alegoría de la pintura. Sin embargo, envuelta entre cortinajes, rodeada de esculturas y libros, ofrece una visión propia más humanista en conexión directa con Sofonisba y Lavinia. La pintora fue aprendiz de su padre Giovanni Andrea Sirani y estuvo cuestionada por la autoría de sus obras. Solía invitar a gente a su taller para que la viesen trabajar.

Con Clara Peeters (1580-1621), pintora flamenca la representación de los autorretratos entra en un valor metalenguaje, situando su imagen como un reflejo especular los objetos de sus bodegones.

“El autorretrato es un ejercicio de afirmación de la mujer, para la que existía un rol que la dejaba en segundo plano y que busca ponerse en valor”, concluía Cecilia Gamberini.

Talento femenino, vida en clausura y creación artística: sobre monjas pintoras

Para concluir el curso, Paula Revenga Domínguez, –profesora titular del Departamento de Historia del Arte, Arqueología y Música en la UCO–, siguió profundizando en la autoría femenina con la exposición, “Talento femenino, vida en clausura y creación artística: sobre monjas pintoras".

El papel de las mujeres en la historia del arte ha estado presente en buena parte de la creación pese a la desaparición de su labor en la historiografía, aunque esa tendencia haya cambiado en las últimas décadas.

 

La primera obra de la que tenemos constancia de que fuese firmada por una mujer fue el Beato de Gerona, en 975. En esta miniatura aparece el nombre Ende, “pintora y sierva de Dios”. El desarrollo de los monacatos permitió expansionar la labor intelectual de las mujeres, un poder que no tenían permitido ejercer fuera de estos espacios.

“Durante siglos, la idea de la inferioridad de la mujer, se convirtió no solo en biológica, sino también ética, y las mujeres ilustres se consideraban excepciones a la regla”, sostenía Revenga. Los escritores, al glosar la labor de estas mujeres las convierten, de alguna manera, en hombres.

Durante la Edad Media, en los códices no existía gran diferencia entre el trabajo de monjes y monjas. Ya en la Edad Moderna, se empieza a apreciar la distinción entre artistas hombres y mujeres, sobre todo en la dificultad de las formas de aprendizaje. Por ejemplo, en las complicaciones para poder abrir un obrador de forma independiente. En esta misión, solían depender de padres, hermanos o maridos.

La hija de Tintoretto, Marietta Robusti (1554-1590), no obtuvo el permiso paterno para ir a la corte de Felipe II, a la que se propuso antes que a Sofonisba.  Para ellas, la vida familiar debía estar por encima de cualquier otra actividad. También tenían vetado el estudio del desnudo, algo limitante debido a la gran relevancia del retrato al natural.

 


Algunas de las mujeres que pintaban eran damas nobles o nacidas en el seno de familias acomodadas. El acceso a la pintura estaba acotado, en muchos casos, a ser la hija o pariente de algún otro pintor. Otra vía para la introducción en la producción artística, era ser monja.

Las monjas solían aprender a leer y escribir, pero desde siglos atrás se dedicaban a copiar e ilustrar manuscritos. Entrar en un convento aseguraba a las novicias aprender a desenvolverse en varias labores. La influencia de estas mujeres pudo constituir una influencia principal para las pintoras del Renacimiento.

Las obras miniadas de monjas estuvieron infravaloradas, pero existen ejemplos notables que aportan las cualidades expresivas de este tipo de creaciones. Guda de Weissfauen, monja alemana del siglo XII, fue la primera artista femenina en crear un autorretrato. También destaca la labor de Hildegarda de Bingen, cuyo Liber Divinorum Operum denota la influencia de Vitrubio en las proporciones humanas. Herrada de Landsberg en su Hortus Deliciarum realiza una gran cantidad de ilustraciones y entre ellas se ha querido ver un autorretrato. También se observa un autorretrato en un detalle del salterio, o libro de salmos, de Claricia, miniaturista alemana del siglo XIII. A estos nombres se añaden otros como los de Gisela von Kerssenbrock, y su Codex Gisle, o Loppa vom Spiegel.

En el caso de España, encontramos el nombre de Teresa Díez –con mucha probabilidad, una monja–, que se conoció en la década de los 50 del pasado siglo XX,  tras el descubrimiento de unos murales en la Iglesia de Santa Clara de Toro (Zamora). Las pinturas estaban en la zona a la que solo podían acceder las propias monjas.

Aquellas monjas con cualidades artísticas enseñaban a otras sin esa formación previa. Toda esta labor pictórica perseguía el fin de aumentar la devoción. Una de esas artistas reconocidas fue, la monja dominica del Renacimiento, Plautilla Nelli. Aprende a pintar de forma autodidacta y promueve que en el convento hubiera un taller de pintura para otras monjas y mujeres florentinas. Su padre fue Piero di Luca Nelli, rico comerciante de telas. Entró en el convento de Santa Catalina de Siena y fue priora hasta en tres ocasiones. Ese convento se convirtió en un centro de formación de otras monjas artistas. Realizó miniaturas, obras de gran tamaño, y tuvo muchos encargos en la sociedad florentina de la época. La expresividad es una cualidad diferencial en buena parte de sus obras.

En España, también encontramos ejemplos de esta tenaz labor pictórica y cultural en Cecilia Sobrino Morillas o Estefanía de la Encarnación.

Fueron muchas las mujeres que a través del ejercicio religioso y, con anterioridad al Renacimiento, emplearon sus medios de representación para dejar constancia de la autoría femenina y su relevancia en el desarrollo de la historia del arte, que, a su vez, sirvieron de inspiración a otras artistas femeninas. Concluye, de este modo, un curso en el que el empleo de la historiografía pretende cambiar la concepción tradicional del papel de la mujer en la construcción de su identidad a través del arte.

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