miércoles, 6 de julio de 2022

Arte e identidad. Imágenes femeninas en la Edad Moderna (s. XV-XVII)

La expresión de las relaciones entre la emperatriz Isabel de Portugal y las damas del entorno a través de los regalos de indumentaria y otros textiles

La construcción del rol de la mujer a través del arte y las crónicas de la época, preside las reflexiones del curso “Arte e identidad. Imágenes femeninas en la Edad Moderna (s. XV-XVII)”. Jornadas dirigidas por Esther Alegre Carvajal, –profesora titular del Departamento de Historia del Arte en la UNED–, y coordinadas por Macarena Moralejo Ortega, –profesora ayudante doctora del Departamento de Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid–. La ponencia inicial a cargo de María José Redondo Cantera, –catedrática del Departamento de Historia del Arte en la UVA–, ha versado sobre la corte de Isabel de Portugal y la información que de la representación artística, tanto de la reina como de sus damas, se extrae de cómo eran las dinámicas  tanto del perfil más íntimo de la nobleza como de las muestras de ostentación y poder.

“La expresión de las relaciones entre la emperatriz Isabel de Portugal y las damas del entorno a través de los regalos de indumentaria y otros textiles”, ha sido el título de esta conferencia que ha revelado algunos entresijos de la vida en palacio y el desarrollo cultural a través del papel de las mujeres de la nobleza.

“La noble no se concebía sin sus damas”, ha suscrito Redondo. Según el diccionario de Covarrubias la dama “es una señora moza, hermosa, discreta callada, noble”, lo que no deja  de ser una definición de la mentalidad patriarcal de la época.

Las damas vivían intramuros y en situaciones extraordinarias salían del palacio. Su ubicación estaba en habitaciones emplazadas cerca del dormitorio de la reina. Un documento de estas vivencias lo encontramos en el legado epistolar de Estefanía de Requeséns, esposa del noble castellano Juan de Zúñiga, que dejó testimonio de su vida en la corte.

 Los pasadizos como elemento de los palacios servían a las damas para no abandonar las estancias. Además, existían figuras, como el portero de las damas o el portero de cámara, que condicionaban el flujo de las damas u otros visitantes.

 “Ocupar un puesto de dama en la corte de la Emperatriz era un privilegio”, afirmaba la ponente. Las damas tenían un sueldo y podían contraer matrimonio con otro igual. A su vez, la proximidad a la emperatriz era un reconocimiento de linaje, pero también de información. Este lugar permitía tejer alianzas en un palacio que era fuente de intrigas.

Cuando no existían pasadizos, el traslado de la propia residencia a la real suponía una serie de inconvenientes. La llegada del monarca a una ciudad implicaba el derecho de aposentamiento, y los ciudadanos debían albergar la nobleza asignada. Esta condición resultaba una carga, pero también activaba la actividad comercial.

Cuando Isabel la Católica sucede a su hermano Enrique IV, aparece representada en 1475 en las Fiestas de Valladolid con sus damas de forma ostentosa. Las damas son un alter ego o correlato, mediante su apariencia, de la figura de la reina. Estas mujeres aparecen con tocados similares al de la reina. También existe una relación entre los materiales con los que aparecen vestidas y los de Isabel. Entre esos tejidos, el verde va vinculado a la fertilidad y la descendencia, una de las atribuciones principales de la reina. Las damas combinan el verde y tonos ocres.

En la entrada en la Alhambra en 1492, también aparece representada con sus damas. Una muestra, de nuevo, de su poder.

 En 1513, Catalina de Aragón, establecida como regente de Enrique VIII, rechazó la invasión escocesa y, acompañada de sus damas, sirvió como imagen de resistencia sobre la que se agruparon los soldados ingleses para hacer frente al enemigo que fue vencido.

En 1490, durante unas justas en Valladolid en honor al enlace entre Isabel de Aragón con el rey Alfonso de Portugal, dicen las crónicas que aparece rodeada de setenta damas, engalanadas con paños brocados y joyas.

A la llegada de Isabel de Portugal con sus damas a Sevilla, en mayo de 1526, con motivo de sus nupcias con Carlos I, también aparece acompañada de sus damas. Sin embargo, las damas portuguesas no eran bien vistas por la población castellana que  no veía con buenos ojos al monarca, debido a su origen.

Las damas de la emperatriz aparecen presentes en las grandes celebraciones públicas. Cuando Isabel de Portugal entra en Zaragoza, en 1533 camino, de encontrarse con Carlos V, ya coronado emperador, en Barcelona. Según las crónicas Isabel va vestida a la portuguesa, es decir, de negro. Las damas aparecen, también, con trajes de seda negra y los tocados, con un pequeño bonete, dejaban ver los cabellos rizados.

La arquitectura gracias a Isabel de Portugal se convierte en un lugar privilegiado, por ejemplo, en la plaza de Valladolid en 1527. También en Zaragoza, durante las danzas de salvajes en el Palacio Arzobispal en 1533. En abril de 1537, durante un torneo en la Plaza de San Pablo o “de Palacio” en Valladolid, las ventanas albergan la presidencia de Carlos V e Isabel de Portugal. La presencia femenina organiza el orden y los espacios durante los festejos.

Según Christine de Pizan, se observan tres tipos de damas: princesas y aristócratas, damas que viven en la corte y mujeres de servicio.

Son algunos los aspectos que se conocen sobre la vida en palacio de Isabel de Portugal. Eran 54 el total de damas y otras mujeres que comían en palacio. Se habla de que algunas de ellas preparaban a los alimentos ya cortados a reina. Aquellas con un cargo privilegiado, tenían una asignación de comida, criados o leña.

Uno de los espacios destacables del palacio era el estrado. Una elevación de madera reservado a la reina,  que solía estar cubierto por una gran alfombra. Allí las mujeres pasaban gran parte del día cosiendo, leyendo, hablando o escuchando música. En el momento en que se va la luz, se ilumina con una gran vela.

Los tejidos dan la muestra de la suntuosidad de la corte. Isabel, con el monarca convertido en emperador, encarga a los embajadores carolinos en Italia una serie de tejidos. Este nuevo aspecto imperial, trata de diferenciarse de las monarquías de Castilla o Aragón para proyectar una imagen universal. Las posteriores donaciones de estas prendas han traído a la luz los nombres de algunas mujeres relevantes en la corte.

De reinas y virreinas: Mujeres nobles y cultura cortesana en el imperio de los Austrias españoles

La segunda ponencia de la jornada ha llevado por título, “De reinas y virreinas: Mujeres nobles y cultura cortesana en el imperio de los Austrias españoles”, y ha sido impartida por Alejandra B. Osorio, –directora del Departamento de Historia y profesora titular en el Wellesley College de Boston–.

La profesora ha hecho referencia a cómo la conquista europea de los imperios azteca e Inca a partir de 1519, marcó una revolución social en el imperio de los Austrias, ya que de ello resultó una nueva nobleza. Las élites locales se integraron con la aristocracia europea.

Las estrategias de matrimoniales de los Austrias que marcaron la consolidación del imperio en Europa, se dieron también en el Nuevo Mundo. El virrey solía ser el alter ego del monarca español en su región asignada. La corte de la virreina se percibía, a su vez, como un reflejo de la reina. Aunque no existía un protocolo oficial que regulase el comportamiento de estas mujeres.

Las mujeres de la nobleza, en la corte de Madrid, ocuparon un importante papel como divulgadoras de noticias y secretos de estado, por lo que eran agasajadas por diversos estamentos. También, las virreinas, ocuparon un papel como mediadoras. Algunas asumieron cargos políticos cuando sus consortes se ausentaban de la corte.  Es el caso de la Condesa de Lemos –en Perú–, según argumentaba Osorio, que fue emisora de una serie de bandos. Por otro lado, hizo frente a un ataque por parte del pirata Henry Morgan.

Las virreinas tuvieron siempre una fuerte relación con las órdenes religiosas mediante las visitas a sus capillas y el patrocinio de ciertas devociones. La casa de la virreina podía ejercer un gran poder social y cultural.

En los nombramientos del virrey las damas ocupaban un lugar discreto. Sin embargo, Doña Teresa Castro y de la Cueva, Marquesa de Cañete, en su llegada a Lima marcó el inicio de una nueva vida cortesana. Su presencia dotó a la ciudad de un capital cultural y simbólico sin precedentes, cuando Lima estaba desplazando de su relevancia a Cuzco.

Figuras como Francisca Pizarro o Ana Lorenza, constatan el nexo en el linaje con las monarquías incaicas. Estas mujeres propiciaron transferencias culturales entre los dos mundos, hecho que da cuenta de que estos flujos no fueron solo de la metrópolis a la periferia. El papel de estas nobles fue indispensable en esos intercambios.

 


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