La tercera y última de las jornadas del Curso de Verano dedicado
a Manu Leguineche contó con la presencia de dos profesionales de la palabra:
Luisa Etxenike, escritora y profesora de Teoría del Relato, Literatura y Género
de la Universidad del País Vasco; y la periodista Rosa María Calaf. El cometido de ambas en la sesión de clausura fue la de aportar, esta vez desde una perspectiva
femenina, nuevos rasgos del Leguineche escritor y periodista.
Pese a no haber tenido la oportunidad de tratar personalmente
a Manu, Etxenike demostró ser una gran conocedora de su obra, de su labor
creativa, de la que hizo un brillante ejercicio de análisis desde el punto de
vista filológico.
“Su escritura permite el gozo pero sin rebajar el acto
intelectual”. Con esta afirmación Etxenike inició un recorrido por las
cualidades de Leguineche como hombre de letras; una persona que supo a través
de su maestría en el manejo de las palabras una obra perdurable en el tiempo.
A partir de tres de sus obras más importantes: La felicidad
de la tierra, El club de los faltos de cariño y El camino más corto, Etxenike realizó
un viaje a través de la forma, el fondo y la dimensión ética y política de sus
escritos. De la primera cuestión, Etxenike destacó el carácter misceláneo de
sus obras, repletas de detalles, aunque sin perder por ello la sencillez y
sobriedad que siempre caracterizó su escritura. También la polifonía temática, encuadrada
en el fondo, de la que se da buena cuenta en El camino más corto, donde se
aprecia cómo la aventura inicial del conocimiento del mundo exterior acabará
siendo un viaje al interior del propio periodista. Es precisamente esa
captación del mundo exterior la que da contenido a la dimensión ética y política
de su obra, que no fue otra que la de ser
un humanista activo porque nunca se olvidó de los que padecían la historia. “Nunca
estuvo al lado de los que hacen la guerra, sino de los que la padecen”; “por
eso sus libros nunca envejecerán; por esa eternidad de la aproximación
humanística”, culminó.
Curiosidad, emoción, conocimiento
“No vengo en calidad de amiga, ni de analista ni tampoco de
compañera. Vengo como una discípula de Manu”. Desde esta modesta perspectiva Rosa
María Calaf abordaría la que vendría a ser la última de las cuestiones
programadas en el curso de verano: Manu como pionero de los corresponsales españoles.
Para ello, la que fuera corresponsal de TVE, haciendo gala de su buen hacer
periodístico, realizó una magnífica labor de investigación que le llevó a
contactar con un compañero de la escuela de Leguineche, quien le aportó los
datos necesarios para regresar a los años de niñez y juventud de Manu.
Ya en los años de escuela, relató Calaf, Manu apuntaba
maneras de ser buen escritor en un trabajo de clase que se publicó en la
revista escolar que premonitoriamente se hacía llamar Vuelos. También en
aquella época empieza a ser manifiesta su pasión por el fútbol, el cual
practicaba tercamente desde la posición de defensa; y su gran sentido del
humor.
Ya en los años de adolescencia su incansable interés por el
exterior desembocaría en el Manu que, años más tarde, iniciaría una expedición
a alrededor del mundo para saciar sus ansias de curiosidad, de conocer de
primera mano la vida. Fue con este viaje donde Manu supo entender la importancia
de la labor social del periodismo.
“El periodismo de antes era mucho más que un trabajo, era
una forma de vida”, rasgos que poco tienen que ver con lo que se está
convirtiendo el periodismo hoy día, “devorado por la prisa, la inmediatez y el
todo vale, donde se da más importancia a lo que impacta que a lo que importa”,
reivindicó Calaf, quien no quiso terminar su intervención dando un sentido
agradecimiento al que fuera pionero de los corresponsabes de guerra.
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