Crisis de la democracia occidental I: la amenaza de la polarización
Tercera sesión del curso, y primera de la
segunda jornada, para hablar de un fenómeno que suscita una gran inquietud y pone en alerta los
indicadores de calidad democrática: la polarización. “Crisis de la democracia
occidental I: la amenaza de la polarización”, ha sido el título de la ponencia impartida por Antonio
Jaime Castillo –Profesor de Ciencia Política en la UNED– y que ha traído a
colación diferentes matices sobre un concepto, como el que nos atañe, percibido
en numerosas ocasiones de manera genérica.
En el momento actual, existe una
preocupación en auge por las consecuencias de la polarización entre la
ciudadanía. Es un fenómeno que se lleva estudiando durante los últimos treinta
años y cuyo foco investigador radica en la academia estadounidense. Si bien las
causas de este fenómeno no son del todo nítidas, tampoco sabemos de forma
certera las posibles consecuencias que acarrea para la democracia.
La polarización atraviesa diferentes categorías. Existe la que concierne a un tema concreto que despierta la confrontación de opiniones; otra forma del fenómeno se refiere a los tipos de identidad –tanto partidistas como de otra magnitud– denominada sorting; en tercer lugar, también existe una polarización afectiva que se rige por los odios o animadversiones frente a los que se identifican con otras ideas políticas ajenas a las suscritas por diferentes segmentos sociales.
Estudios académicos recientes,
han revelado que la sociedad española es una de las más polarizadas entre las
democracias occidentales. Dentro de esa polarización afectiva, en el caso de
España, es llamativa la animadversión hacia los partidos no defendidos por los
encuestados, si bien la afinidad con su propio grupo político es menor con
respecto al rechazo hacia otros.
Aunque Estados Unidos fue uno de
los países ventrales en el estudio de la polarización, las investigaciones han
puesto de manifiesto que el sur y el este de Europa son regiones con un elevado
contraste entre las posturas políticas defendidas. Esta tendencia es de alguna forma magnificada
por los medios de comunicación y experimenta un crecimiento en periodos
electorales. Por el contrario, en países como Alemania la polarización actual
es mucho menor que la presente hace cuarenta años.
Bajo las investigaciones, en lo relativo a España, la polarización creció a comienzos de los 90 durante la última legislatura del PSOE. También lo hizo en el año 2008 en el que cristalizó la crisis económica, y en el año 2015, en el que surgen nuevos partidos en el panorama político a nivel nacional.
La tendencia de la polarización
en España se eleva de forma moderada y se manifiesta en sus dimensiones
afectiva e ideológica. Entre las cuestiones que fomentan estas discrepancias es
palmaria la tensión por cuestiones territoriales. Sin embargo, no existe una
distensión tan agravada en torno a las políticas públicas.
Algunas de las causas plausibles
de la polarización tienen que ver con la identidad social, la intensidad sobre
los desacuerdos en políticas públicas, desigualdad y crisis económica, amén de
factores institucionales.
"Cuando se da la superposición de identidades el conflicto se amplía."
Según Castillo, “el mero hecho de
pertenecer a un grupo genera una identidad en la que nos vemos a nosotros
mismos como miembros de ese colectivo, lo que lleva a enfrentarnos a los
que no pertenecen a ese segmento”. Además, “cuando se da la superposición de
identidades el conflicto se amplía”.
Entre las dinámicas que
contribuyen a la polarización están las noticias sesgadas, el conflicto en
redes sociales –tanto virtuales como físicas, en función de su homogeneidad y
la carencia de exposición ante grupos de valores opuestos a los suscritos–, o
la segregación espacial. Otro factor de relieve, es la creciente radicalización
entre las élites políticas, además de cuestiones identitarias en torno a las
guerras culturales y las desigualdades económicas.
A nivel político nos encontramos
con algunas democracias consensuales en las que hay mayor capacidad para el
acuerdo y otros sistemas mayoritarios que fomentan el enfrentamiento entre un
bloque y su sección antagónica.
Entre las consecuencias de la
polarización, percibimos la erosión de instituciones democráticas y un rechazo
frontal a posturas encontradas que lleven a la deslegitimación moral y de
autoridad –es el ejemplo del asalto al Capitolio estadounidense– sobre los
partidos que han alcanzado el poder de forma lícita en las urnas. Algo que
fomenta la llegada del extremismo y el voto negativo –la falta de adscripción a
un determinado partido y el ejercicio del voto como una forma de castigo hacia
posturas opuestas–.
Además, el desacuerdo potencial
entre posiciones acarrea también implicaciones sociales que pueden derivar en
el trato preferencial –con respecto a los que valoramos como iguales– y
discriminación frente a los percibidos como adversarios.
En resumen, la polarización es
una tendencia en auge entre algunas democracias occidentales pero que no afecta
de pleno a otras. Las situaciones de crisis e incremento de la desigualdad facilitan
su fomento. Todo ello afecta de manera considerable al deterioro en la calidad
democrática.
Crisis de la democracia occidental II: el ascenso de la derecha radical
Si la polarización abría el
bloque de intervenciones, el auge de la derecha radical ha constituido el vector
de la segunda sesión de la jornada con la ponencia, “Crisis de la democracia
occidental II: el ascenso de la derecha radical”, a cargo del Luis Ramiro Fernández –Profesor de Ciencia Política en
la UNED–.
A la hora de definir lo que
conocemos como derecha radical encontramos cierta falta de unanimidad en su
carácter definitorio. Es tangible la heterogeneidad entre los partidos que
constituyen esta sección ideológica. Dentro del término ultraderecha, el
profesor Fernández, distingue entre la conocida como derecha radical –propone
un cambio pero no la supresión del sistema– y la extrema derecha –que pone en
jaque el propio régimen democrático–.
El autoritarismo persigue como
fines el orden de la sociedad –en un sentido jerárquico– y el castigo al
desafío. Por otra parte, el populismo, divide a la sociedad en dos grupos
homogéneos pero enfrentados –la élite corrupta frente al triunfo de la voluntad
popular–, una posición que rechaza el pluralismo para dotar al pueblo de unos rasgos muy similares.
Este rechazo de la multiplicidad de identidades conlleva, también, la
confrontación con la democracia liberal –a priori, más proclive a abrazar la
pluralidad–. En el núcleo del populismo, se activa el resentimiento contra las
élites que a su vez son configuradas por los propios partidos situados en este
sector ideológico, también encargados de concretar lo que entienden por pueblo.
La versión inclusivista del concepto de pueblo, busca atraer derechos a grupos
de población tradicionalmente excluidos, frente a la visión exclusivista que
limita esta pertenencia.
El nacionalismo también atraviesa
los rasgos definitorios de la derecha radical. El llamado nacionalismo cívico
se inserta en la libre adscripción de valores y un determinado tipo de normas
culturales pese a que las etnias no sean homogéneas. El nacionalismo étnico
define la pertenencia cultural y al Estado por un carácter hereditario.
Otro de los rasgos clave de la
derecha radical contemporánea es el nativismo: la suma de un nacionalismo
fuerte y la xenofobia. Bajo el paraguas de este concepto la nación se debe
proteger contra el otro –delimitado siempre a conveniencia–.
Cuando la sociedad se siente
agraviada por diversos factores, surge una demanda de este tipo de formaciones
políticas. Durante algunos procesos de modernización, económicos y culturales
aumenta la percepción social del malestar. En otro orden de cosas, la
estructura del sistema electoral de cada país influye en la capacidad de
obtener representación por parte de los partidos de la derecha radical. La
homogeneidad entre los partidos mayoritarios de un determinado país abre
también hueco para las opciones extremas. Los partidos políticos establecidos
pueden seguir tres estrategias en contraposición a estas perspectivas ideológicas: desechar algunos temas conflictivos porque saben que pueden
favorecer a la derecha radical; por otro lado, pueden acoger ese tópico dentro
de su plataforma; la opción adicional es confrontar la postura de la derecha
radical para encontrar su propia esfera.
Los medios de comunicación
también configuran el acceso de estos actores políticos dentro de un sistema
concreto. El énfasis en la cobertura sobre los problemas capitaneados por la
derecha radical, de alguna forma, favorece la construcción del liderazgo de sus
representantes.
“La oferta programática de los partidos de derecha radical ha cambiado en las dos últimas décadas hacia el nativismo y el nacionalismo, pero está menos orientada al extremismo y es partidaria de una economía más intervencionista.”
La solidez en las estructuras de
adhesión con respecto a los partidos tradicionales dificulta la creación de
nuevas sensibilidades próximas a posturas radicales. Por último, “la oferta
programática de los partidos de derecha radical ha cambiado en las dos últimas
décadas hacia el nativismo y el nacionalismo, pero está menos orientada al
extremismo y es partidaria de una economía más intervencionista”, afirmaba Ramiro
Fernández.
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