martes, 28 de junio de 2022

Polarización y auge de la extrema derecha: la división como rédito electoral

Crisis de la democracia occidental I: la amenaza de la polarización

Tercera sesión del curso, y primera de la segunda jornada, para hablar de un fenómeno que suscita una  gran inquietud y pone en alerta los indicadores de calidad democrática: la polarización. “Crisis de la democracia occidental I: la amenaza de la polarización”, ha sido el  título de la ponencia impartida por Antonio Jaime Castillo –Profesor de Ciencia Política en la UNED– y que ha traído a colación diferentes matices sobre un concepto, como el que nos atañe, percibido en numerosas ocasiones de manera genérica.

En el momento actual, existe una preocupación en auge por las consecuencias de la polarización entre la ciudadanía. Es un fenómeno que se lleva estudiando durante los últimos treinta años y cuyo foco investigador radica en la academia estadounidense. Si bien las causas de este fenómeno no son del todo nítidas, tampoco sabemos de forma certera las posibles consecuencias que acarrea para la democracia.

La polarización atraviesa diferentes categorías. Existe la que concierne a un tema concreto que despierta la confrontación de opiniones; otra forma del fenómeno se refiere a los tipos de identidad –tanto partidistas como de otra magnitud– denominada sorting; en tercer lugar, también existe una polarización afectiva que se rige por los odios o animadversiones frente a los que se identifican con otras ideas políticas ajenas a las suscritas por diferentes segmentos sociales.

Estudios académicos recientes, han revelado que la sociedad española es una de las más polarizadas entre las democracias occidentales. Dentro de esa polarización afectiva, en el caso de España, es llamativa la animadversión hacia los partidos no defendidos por los encuestados, si bien la afinidad con su propio grupo político es menor con respecto al rechazo hacia otros.

Aunque Estados Unidos fue uno de los países ventrales en el estudio de la polarización, las investigaciones han puesto de manifiesto que el sur y el este de Europa son regiones con un elevado contraste entre las posturas políticas defendidas.  Esta tendencia es de alguna forma magnificada por los medios de comunicación y experimenta un crecimiento en periodos electorales. Por el contrario, en países como Alemania la polarización actual es mucho menor que la presente hace cuarenta años.

Bajo las investigaciones, en lo relativo a España, la polarización creció a comienzos de los 90 durante la última legislatura del PSOE. También lo hizo en el año 2008 en el que cristalizó la crisis económica, y en el año 2015, en el que surgen nuevos partidos en el panorama político a nivel nacional.

La tendencia de la polarización en España se eleva de forma moderada y se manifiesta en sus dimensiones afectiva e ideológica. Entre las cuestiones que fomentan estas discrepancias es palmaria la tensión por cuestiones territoriales. Sin embargo, no existe una distensión tan agravada en torno a las políticas públicas.

Algunas de las causas plausibles de la polarización tienen que ver con la identidad social, la intensidad sobre los desacuerdos en políticas públicas, desigualdad y crisis económica, amén de factores institucionales.

"Cuando se da la superposición de identidades el conflicto se amplía."

Según Castillo, “el mero hecho de pertenecer a un grupo genera una identidad en la que nos vemos a nosotros mismos como miembros de ese colectivo, lo que lleva a enfrentarnos a los que no pertenecen a ese segmento”. Además, “cuando se da la superposición de identidades el conflicto se amplía”.

Entre las dinámicas que contribuyen a la polarización están las noticias sesgadas, el conflicto en redes sociales –tanto virtuales como físicas, en función de su homogeneidad y la carencia de exposición ante grupos de valores opuestos a los suscritos–, o la segregación espacial. Otro factor de relieve, es la creciente radicalización entre las élites políticas, además de cuestiones identitarias en torno a las guerras culturales y las desigualdades económicas.

A nivel político nos encontramos con algunas democracias consensuales en las que hay mayor capacidad para el acuerdo y otros sistemas mayoritarios que fomentan el enfrentamiento entre un bloque y su sección antagónica.

Entre las consecuencias de la polarización, percibimos la erosión de instituciones democráticas y un rechazo frontal a posturas encontradas que lleven a la deslegitimación moral y de autoridad –es el ejemplo del asalto al Capitolio estadounidense– sobre los partidos que han alcanzado el poder de forma lícita en las urnas. Algo que fomenta la llegada del extremismo y el voto negativo –la falta de adscripción a un determinado partido y el ejercicio del voto como una forma de castigo hacia posturas opuestas–.

Además, el desacuerdo potencial entre posiciones acarrea también implicaciones sociales que pueden derivar en el trato preferencial –con respecto a los que valoramos como iguales– y discriminación frente a los percibidos como adversarios.

En resumen, la polarización es una tendencia en auge entre algunas democracias occidentales pero que no afecta de pleno a otras. Las situaciones de crisis e incremento de la desigualdad facilitan su fomento. Todo ello afecta de manera considerable al deterioro en la calidad democrática.

Crisis de la democracia occidental II: el ascenso de la derecha radical

Si la polarización abría el bloque de intervenciones, el auge de la derecha radical ha constituido el vector de la segunda sesión de la jornada con la ponencia, “Crisis de la democracia occidental II: el ascenso de la derecha radical”, a cargo del Luis Ramiro Fernández –Profesor de Ciencia Política en la UNED–.

A la hora de definir lo que conocemos como derecha radical encontramos cierta falta de unanimidad en su carácter definitorio. Es tangible la heterogeneidad entre los partidos que constituyen esta sección ideológica. Dentro del término ultraderecha, el profesor Fernández, distingue entre la conocida como derecha radical –propone un cambio pero no la supresión del sistema– y la extrema derecha –que pone en jaque el propio régimen democrático–.

El autoritarismo persigue como fines el orden de la sociedad –en un sentido jerárquico– y el castigo al desafío. Por otra parte, el populismo, divide a la sociedad en dos grupos homogéneos pero enfrentados –la élite corrupta frente al triunfo de la voluntad popular–, una posición que rechaza el pluralismo para  dotar al pueblo de unos rasgos muy similares. Este rechazo de la multiplicidad de identidades conlleva, también, la confrontación con la democracia liberal –a priori, más proclive a abrazar la pluralidad–. En el núcleo del populismo, se activa el resentimiento contra las élites que a su vez son configuradas por los propios partidos situados en este sector ideológico, también encargados de concretar lo que entienden por pueblo. La versión inclusivista del concepto de pueblo, busca atraer derechos a grupos de población tradicionalmente excluidos, frente a la visión exclusivista que limita esta pertenencia.

El nacionalismo también atraviesa los rasgos definitorios de la derecha radical. El llamado nacionalismo cívico se inserta en la libre adscripción de valores y un determinado tipo de normas culturales pese a que las etnias no sean homogéneas. El nacionalismo étnico define la pertenencia cultural y al Estado por un carácter hereditario.

Otro de los rasgos clave de la derecha radical contemporánea es el nativismo: la suma de un nacionalismo fuerte y la xenofobia. Bajo el paraguas de este concepto la nación se debe proteger contra el otro –delimitado siempre a conveniencia–.

Cuando la sociedad se siente agraviada por diversos factores, surge una demanda de este tipo de formaciones políticas. Durante algunos procesos de modernización, económicos y culturales aumenta la percepción social del malestar. En otro orden de cosas, la estructura del sistema electoral de cada país influye en la capacidad de obtener representación por parte de los partidos de la derecha radical. La homogeneidad entre los partidos mayoritarios de un determinado país abre también hueco para las opciones extremas. Los partidos políticos establecidos pueden seguir tres estrategias en contraposición a estas perspectivas ideológicas: desechar algunos temas conflictivos porque saben que pueden favorecer a la derecha radical; por otro lado, pueden acoger ese tópico dentro de su plataforma; la opción adicional es confrontar la postura de la derecha radical para encontrar su propia esfera.

Los medios de comunicación también configuran el acceso de estos actores políticos dentro de un sistema concreto. El énfasis en la cobertura sobre los problemas capitaneados por la derecha radical, de alguna forma, favorece la construcción del liderazgo de sus representantes.

“La oferta programática de los partidos de derecha radical ha cambiado en las dos últimas décadas hacia el nativismo y el nacionalismo, pero está menos orientada al extremismo y  es partidaria de una economía más intervencionista.”

La solidez en las estructuras de adhesión con respecto a los partidos tradicionales dificulta la creación de nuevas sensibilidades próximas a posturas radicales. Por último, “la oferta programática de los partidos de derecha radical ha cambiado en las dos últimas décadas hacia el nativismo y el nacionalismo, pero está menos orientada al extremismo y es partidaria de una economía más intervencionista”, afirmaba Ramiro Fernández.

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