Último curso de las diversas
formaciones veraniegas impartidas en los centros asociados de UNED, en la provincia de
Guadalajara, –en concreto, dentro del EJE de Azuqueca–. El lunes 10 de julio, se marcaba el término de esta singladura académica,
con un seminario dedicado a los usos clínicos de la hipnosis. Se trata de la divulgación, “Hipnosis clínica en psicoterapia:
fundamentos y aplicaciones prácticas”, y trata de desgranar la forma en que
las diversas formas de sugestión controlada, posibilitan los cambios en la
conducta.
Para arrancar, la ponencia, “El papel de la hipnosis en el tratamiento
de los Trastornos del Comportamiento Alimentario”, a cargo de Marta Isabel
Díaz García, –Doctora en Psicología y Especialista en Psicología Clínica.
Profesora Titular del Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento
Psicológico de la UNED
y Docente del Diploma de Especialización en Hipnosis Clínica por la UNED–.
Díaz García, ha comenzado su
ponencia hablando de la hipnosis como un “proceso de atención focalizada, con el
soporte de un agente externo –el hipnotizador– que ofrece sugestiones, dando
lugar a un flujo imaginativo prominente, con cambios en la memoria, la
percepción y la conducta, acompañado de una disociación del control ejecutivo”.
Pero es fundamental entender que
“la hipnosis no es una terapia en sí misma, sino un procedimiento integrado en
otros tratamientos psicoterapéuticos”. Para ello, la forma de usarla “dependerá
del marco teórico psicoterapéutico”.
Las alteraciones de la conducta
alimentaria, “conforman un grupo de trastornos psicológicos heterogéneo
–generalmente anclados en la niñez-adolescencia–”. Entre los más frecuentes
encontramos, la anorexia nerviosa, la bulimia nerviosa y el trastorno por
ingesta compulsiva.
Una dimensión fundamental es el
valor de la alimentación, ya que “más allá de su función nutricional, comporta
una dimensión social”. La alimentación
constituye un espacio “especialmente susceptible de expresión psicopatológica”.
En cuanto a la etiopatogenia, –las
causas y formas de una enfermedad concreta–, encontramos diversos factores:
“vulnerabilidad biológica, heredada o adquirida que predispone a padecer este
tipo de trastornos”; “predisposición psicológica a través de experiencias precoces, traumáticas,
influencia familiar, inestabilidad afectiva o rasgos de personalidad”; y “factores
sociales como la presión, los modelos de belleza y éxito. Las altas exigencias
y el perfeccionismo clínico”.
La anorexia nerviosa, está “caracterizada
por una pérdida significativa del peso corporal producida por la decisión
voluntaria de adelgazar”. El adelgazamiento tiene varias vías, como la
“supresión”, a través del ayuno, o “restringiendo el consumo de alimentos”,
especialmente aquellos hipercalóricos. También mediante “conductas purgativas o
compensadoras, –vómitos, laxantes, ejercicio físico, consumo de anorexígenos,
diuréticos, entre otros–”.
Además, existe un “miedo intenso a
ganar peso o convertirse en obeso, o conducta persistente que interfiere con la
ganancia de peso, incluso con peso significativamente bajo”.
Este trastorno, de forma
habitual, se “inicia en la adolescencia en gran porcentaje, suele tener un comienzo
insidioso, con alto porcentaje tras el comienzo de alguna dieta”. Además, se observa
una “negación de cansancio o hambre”, y una “frecuente persistencia de ejercicio
físico obsesivo”.
El cuadro clínico de la anorexia
nerviosa, implica una “disminución de las horas de sueño, aumento de la
actividad útil o ansiedad ante el rendimiento académico, junto a una pérdida de
temperatura corporal”.
El aislamiento social “se va
produciendo poco a poco, al dejar de salir con las amigas, poniendo de excusa
que beben, fuman, u otros motivos y los padres ven bien que no salgan mucho”.
Suelen ser “niñas sumisas, excelentes hijas”, que al presentar “inicios de
cambios emocionales”, experimentan “un resentimiento de la dinámica familiar”.
En la bulimia nerviosa,
encontramos “episodios recurrentes de atracones, conductas compensatorias
inapropiadas de manera repetida con el fin de no ganar peso y autoevaluación
exageradamente influida por el peso y la silueta”. Los atracones vienen
acompañados de “una disociación y pérdida de control”.
Su comienzo, se da “a edades
posteriores a la Anorexia,
entre los 16 y los 20 años”. El diagnóstico precoz “tiene una mayor dificultad”.
Con frecuencia, “es diagnosticada por internistas y odontólogos”. En “una
cuarta parte de los casos se suele dar tras una anorexia nerviosa restrictiva”.
También, “se suele iniciar a partir de una dieta”.
Los vómitos, “producen
inicialmente alivio”. Es decir, a través de esta conducta, “se puede controlar
el peso y disminuyen las tensiones familiares a las horas de las comidas”. Se
establece una dinámica “parecida a las adicciones”. Los atracones, “suelen
producirse a escondidas. En pacientes jóvenes no es infrecuente que escondan
envoltorios de alimentos en lugares de fácil acceso para las madres, –quizás
como una petición de ayuda–“. En pacientes adultas puede haberse convertido “en
un mecanismo ansiolítico”.
En cuanto al estado actual de los
tratamientos psicológicos con apoyo empírico en trastornos de la conducta
alimentaria, encontramos que la “terapia cognitiva conductual tradicional,
ofrece tratamientos efectivos bien establecidos”. Estos tratamientos llevan
siendo empleados, en la bulimia nerviosa, “desde los años 80”. Aunque esta terapia sigue
resultando eficaz para los trastornos alimentarios, encontramos “datos
controvertidos en anorexia nerviosa”. La “terapia de familia”, constituye “un
tratamiento eficaz en adolescentes”. En adultos la terapia cognitiva conductual,
“evita recaídas”, pero existen “datos controvertidos en la fase de desnutrición”.
Según la doctora, en la terapia
cognitivo conductual tradicional, “existía un sobrevaloración del peso y la
figura corporal”.
La “terapia cognitivo conductual-mejorada”,
incluye “elemenos comunes a los distintos TCA”, de los que observamos “perfeccionismo,
intolerancia al malestar emocional, déficit de autoestima y dificultades
interpersonales”. A nivel clínico, encontramos que “sólo el 50 por ciento de
TCA tratados durante 20 semanas responde al tratamiento”.
Entre los elementos básicos de
una terapia cognitiva conductual para TCA, tenemos la “psicoeducación sobre el
problema; reestructuración de creencias de alimentación y autoconcepto;
redirección de la atención; modificación de hábitos; entrenamiento en
habilidades sociales, asertividad, gestión de conflictos; planificación y
gestión emocional; y exposición corporal y afrontamiento de miedos”.
¿Qué encontramos tras los
síntomas? Personas “inteligentes”, con “resultados brillantes”, “sensibles”, y “con
recursos”. Y, ¿qué suelen buscar en la atención psicológica? La atención a
problemas derivados de “divorcio en la familia, problemas con amigas o compañeras,
conflictos familiares, problemas en los estudios, rupturas amorosas o depresión”.
También se percibe un “miedo a la vida”, y la “necesidad de gobernar un mundo
incontrolable para sentir autoestima”. Sus cuerpos “son el mecanismo para
encontrar seguridad, mediante su control estricto”. Para una chica con anorexia,
“tener necesidades es fracasar”. Los TCA son propios de mujeres y hombres, “que
no pueden ser felices, vitales” y se “sienten incompetentes e insatisfechos si
tienen imperfecciones”. Díaz García, aseveraba que “las imperfecciones son
parte del mundo real”, y “lEl proceso de aprendizaje, no se lo ahorra nadie”.
Existen tres áreas de
funcionamiento psicológico alterado, dentro de estas patologías. La primera es
“la percepción del propio cuerpo y la manera en que se miran”. En segundo
lugar, “la interpretación de estímulos internos y externos, siendo el
fundamental la experiencia del hambre”. Por último, “la propia autosuficiencia”.
¿Cómo funciona el cerebro de estas
personas? Pues encontramos que están “ancladas a un nivel preconceptual, de bajo
razonamiento abstracto, pensamiento literal concreto, mágico e infantil”.
Existe una “rigidez cognitiva”, y “no aprenden a pesar de la retroalimentación”.
Presentan “dificultades en planificación y solución de problemas”, amén de “déficit
a la hora de encontrar alternativas”, o “inhibición de respuestas interferentes”.
También, aparecen “dificultades en la interpretación de lo social”.
¿Para qué sirve la hipnosis en
los TCA? Pues, entre otras cosas, para “modificar conductas hondamente
arraigadas”. La susceptibilidad a la hipnosis “correlaciona con mayor
flexibilidad cognitiva y mejor respuesta a terapias”. Conlleva una “cesión de
control” y “autonomía frente a la
actitud sumisa”. Hace posible la “flexibilidad cognitiva”.
El proceso de hipnosis, “es una
forma de comunicación que invita a construir imaginariamente, percibir,
visualizar, situaciones en términos de posibles, estructurados como opciones
reales”, que sirve para “actuar mediante conductas congruentes con esas
situaciones imaginarias que pudiesen ser reales”. Estos procedimientos dan
lugar a la “apertura mental y flexibilidad para conectar con su mundo interno y
externo, para así experimentarlo y responder de forma diferente”.
La hipnosis, permite “distinguir
entre las señales de hambre y saciedad y estas de otras sensaciones”. También
se “amplifica la experiencia y se asocia la relación de hambre con comer y la
de saciedad con no comer”. Además se “toma conciencia de la capacidad para
controlar la ingesta”, es decir, “el control a través del descontrol”. Consigue
“disociar de la necesidad de estar monitorizando y controlando cualquier cambio
corporal”.
La hipnosis hace que se pueda
“tomar contacto con estados emocionales y sensaciones temidas y perder el miedo
al descontrol emocional”. Aumenta “la apertura a la experiencia y a la vida”.
Amplifica “recuerdos cargados de emociones”. Aumenta “la flexibilidad cognitiva
y emocional”. “Amplifica experiencias” y “facilita reconocer los errores
cognitivos”. En otro orden de cosas, “construye expectativas y nuevas opciones
de vida”. Da lugar a la “consecución de la aceptación de uno mismo y la
conexión con la valía personal, más alla de lo que tenemos o hacemos”.
Construye en la imaginación “una nueva forma de experimentarse”. De forma
indirecta, “puede permitir la mejora de las relaciones sociales”, y ayuda a “mejorar
el autoconcepto y la autoestima”. Esto hace posible la capacidad de “visualizar
mejores habilidades de afrontamiento”.
Ya en el proceso de hipnosis, durante
la fase de inducción hay que seguir una serie de pasos. En primer lugar, la “fijación
de la atención en un punto”. Además de “no empeñarse en que las cosas sucedan”.
Se emplean “historias o metáforas”. Se recurre a “experiencias tempranas” y se “focaliza
en sensaciones”. Por último se llega a la “disociación”. En cuanto al trabajo
específico, se puede optar por establecer el “relato del día perfecto”. La
conexión profunda con “la desactivación y la predisposición al cambio”. El afán
por los “detalles sensoriales”. El almacenamiento de “esta experiencia en su
memoria y anclarla a palabras” y la búsqueda de una “situación real de
afrontamiento”. Se buscan “nuevas formas de verse y experimentarse mental y
físicamente”. La imagen corporal asociada a los conceptos de “fuerza, potencia
e impulso”. Para finalizar se busca una “regresión” y conectar con el pasado “sin
el impacto emocional”.
Entre las características “facilitadoras
del proceso hipnótico”, observamos el establecimiento de una serie de “ideas
ajustadas sobre el proceso”. Una gran “capacidad imaginativa” y una
“implicación emocional con lo imaginado”. La “capacidad de absorción de lo
sugerido”, o para “mantener la atención a un estímulo sin distracciones”.
También, “una atención selectiva que permita la discriminación entre
estímulos”. Esta atención, además, debe ser “dividida”, es decir, “que sirva
para alternar la atención entre dos tareas” y “vigilante”, para reaccionar a
nuevos estímulos. En último lugar es necesaria una “flexibilidad cognitiva”.
La “disociación”, permite
“abandonar el control consciente”, pero “manteniendo la percepción de autonomía
y control”. Establece, a su vez, un acceso “a las necesidades reprimidas que
permita conectar con ellas, tanto desde lo físico como desde lo psicológico”.
La absorción, “dirige todos los recursos mentales hacia el foco de la
intervención”. En tercer lugar, la “sugestibilidad”, permite “aceptar otras
formas de pensamiento” y “facilita el cambio de comportamiento”. Hay que tener
en cuenta que “cuanto más grave sea la psicopatología, menor velocidad habrá en
el trabajo hipnótico”. Un trabajo que ha de “integrarse en protocolos con
soporte empírico”.
La conclusión a extraer, como
decía Díaz García, es que “detrás del trastorno del comportamiento alimentario,
hay una persona que siente que su TCA es lo único que tiene”.
Para concluir la jornada, la
charla, “Hipnosis, trauma y disociación”,
por parte de Héctor González Ordi, –Especialista en Psicología Clínica.
Profesor Contratado Doctor de la Universidad
Complutense de Madrid y docente del diploma de
Especialización en Hipnosis Clínica por la Uned–.
“A finales del siglo XIX, a
través de diversos autores, ya se empieza describir el trauma físico y/o
psíquico”. En aquel momento se hablaba de “la división de la consciencia o doble
consciencia”, de “histeria e histero-epilepsia” e “hipnosis y sugestión”.
Un momento cumbre en la historia
de la hipnosis, fue en la década de los 60, “donde la hipnosis entra en los
laboratorios de psicología experimental”. Estos procesos fueron estudiados a lo
largo del siglo XX, pero volvieron a tomar vigor a partir del año 2000, debido
a los estudios “sobre su eficacia clínica”.
“Durante la hipnosis, el sujeto
es dirigido por el hipnotizador con el fin de que responda a sugestiones que
producen cambios en la experiencia subjetiva, alteraciones en la percepción,
sensación emoción, pensamiento o conducta”.
Existen varias formas de hipnosis.
En la “hetero-hipnosis”, el terapeuta “administra sugestiones específicas al
paciente con el fin de abordar objetivos clínicos concretos”. La “auto-hipnosis”,
permite al paciente “reproducir, aprender y generalizar las sugestiones en la
vida cotidiana con el fin de mantener los beneficios terapéuticos”.
Entre sus efectos, encontramos “un
estado de focalización y absorción atencional intenso, que minimiza los
pensamientos y sensaciones que compiten entre sí”. Además, “es un estado de
consciencia que implica la focalización de la atención, reducción de la
atención periférica y que se caracteriza por una mayor capacidad de respuesta a
la sugestión”.
En tercer lugar, ubicamos, la “hipnosis
espontánea”, o lo que es igual “una experiencia psicológica episódica de
intensa absorción, un estado natural, que puede conllevar aspectos placenteros
o displacenteros”, y “que ocurre espontáneamente cuando la persona se ocupa de
una tarea altamente motivante que exige una intensa concentración”. Esto se
produce, por ejemplo, con “la identificación del personaje una novela”, o, a
nivel deportivo, mediante “una carrera sostenida en el tiempo”. También con la
música como experiencia inmersiva. O, por ejemplo, “la hipnosis de carretera”,
que es “la sensación de recorrer un camino conocido sin la noción de haber
atravesado un buen número de kilómetros”. Otra, podría ser el cine, que permite
“dejar volar la imaginación”, o “el contacto directo con la naturaleza”.
Además, también ocurre durante el “trance religioso”.
El comportamiento hipnótico “es
el resultante de un proceso de comunicación interpersonal e interactivo”. Este
comportamiento, “es propositivo, deliberado y dirigido a unas metas”. Además, potencia
respuestas “no deliberadas, involuntarias y disociadas”, en los sujetos
hipnotizados.
La instrucción, “es la base de
las técnicas cognitivas, que potencia la deliberación”. La hipnosis “deja que
las cosas sucedan”. En el ámbito clínico “las personas son más sugestionables,
que entre la población general”. También el “dolor crónico”, influye en un
aumento de la sugestionabilidad.
Para la aplicación de la
hipnosis, encontramos diversas fases. La “preinductiva”, sirve para “aclarar
miedos y concepciones erróneas”. Propone una “sesión informativa sobre qué es
hipnosis”. Plantea “objetivos terapéuticos y evalúa el nivel de
sugestionabilidad”. La “aplicación de técnicas de inducción”, permite una “modificación
de las variables del sujeto con el fin de aumentar la receptividad a las
sugestiones propuestas”. Después, la “administración de sugestiones específicas”,
da lugar a la “modificación de respuestas cognitivas, fisiológicas y motoras
orientadas a los objetivos clínicos propuestos”. En último lugar, la fase “posthipnótica”,
conlleva “un aprendizaje, mantenimiento y generalización de las respuestas
generadas mediante sugestión en consulta”.
La hipnosis, “incrementa la
flexibilidad cognitiva y modifican el sentido de agencia”. Por otra parte,
“incrementa la focalización de la atención y la atención selectiva”. También,
“disminuye la atención vigilante”. A su vez “incrementa la implicación
emocional y el realismo en la imaginación”. Aumenta “la sensación de
tranquilidad y autocontrol”. Facilita “la identificación de puntos calientes
emocionales, que el paciente puede haber racionalizado o evitado cognitivamente
durante la entrevista”. Permite “la regulación de la información sensorial y de
la actividad interoceptiva”. Reduce “el pensamiento rumiativo y errático”. En
último lugar, atenúa “el miedo anticipatorio y el catastrofismo”.
La hipnoterapia, “es el empleo de
la hipnosis en el tratamiento de un problema o trastorno médico o psicológico”.
La hipnosis clínica se define como “la incorporación de una técnica más”,
dentro de la gama de recursos a emplear.
Existen estudios empíricos sobre
la eficacia de la hipnosis clínica, como potenciador de la terapia cognitivo
conductual. Sus aplicaciones se encuentran en el “manejo de la ansiedad y el distress emocional; en depresión y en
dolor agudo y crónico; en el manejo de efectos adversos de la quimioterapia;
manejo de la ansiedad y el dolor en procedimientos médicos invasivos; en trastornos
psicosomáticos, problemas gastrointestinales, trastornos del sueño; etc”.
El trauma, “es un golpe
emocional”, afirmaba González Ordi. Entre las respuestas a esta situación,
encontramos la “resiliencia (que se da entre un 35 o 55 por ciento de los casos)”,
“la recuperación (15-35%)”, “la trayectoria demorada (5-10%)” y “la crónica
(10-30%)”. Los traumas, implican “los pensamientos intrusivos, la
reexperimentación, la evitación, la alteración de la alerta y la reactividad,
además de la sensación persistente de amenaza”.
La disociación como proceso
psicológico “normal o funcional”, nos permite “escapar” de la realidad
cotidiana. Sumergirnos en “realidades virtuales mucho más creativas y
gratificantes”. Nos permite “ponernos en automático”. Posibilita la capacidad
de “centrarnos y procesar intensa y completamente en una tarea altamente
motivante”. Sirve como “respuesta adaptativa a una amenaza inesperada”. Se
constituye como “lugar seguro”, frente a una realidad “poco manejable o
desagradable”. Por último, consigue desplazar emociones negativas como “el miedo,
la tristeza, la ira, el dolor y el sufrimiento”.
Frente a este tipo de disociación,
encontramos la “clínica o patológica”. En este caso, “se conceptualiza como un
rasgo o estado psicobiológico, cuya función es proteger al individuo del
impacto de las experiencias traumáticas”. Algo que supone “una interrupción en
la integración normal de la conciencia, la memoria, la identidad propia y
subjetiva, la emoción, la percepción, la identidad corporal, el control motor y
el comportamiento”.
En el “modelo del trauma”, se
puede observar “una vulnerabilidad biológica”. También, “experiencias adversas
extremas en la infancia”. Podemos encontrar “abuso o negligencia emocional,
física, sexual”. Esto se debe a una “exposición prolongada en el tiempo, sobre
todo en la niñez o adolescencia”. Algo en lo que puede contribuir el “bajo
apoyo familiar y social”.
Desde el “modelo sociocognitivo”,
se percibe “alta sugestionabilidad y tendencia al fantaseo”. Con cierta
“propensión a los falsos recuerdos”. Con influencia del “efecto de los medios
de comunicación y redes sociales”. Sin olvidar una “tendencia a la exageración
de los síntomas” y la aparición de “problemas cognitivos y lapsus de memoria”.
En último lugar, atendiendo al
“modelo diátesis-estrés”, llegamos a una dualidad. Desde la diátesis, se extrae
una “alta capacidad autohipnótica como mecanismo de protección”. Los altos
niveles de estrés, conllevan “sufrimiento y dolor”.
Abordar el trauma, implica “la
exposición y el procesamiento emocional de los recuerdos traumáticos”, así como
la “reintegración de la nueva información corregida”. En este procedimiento la
hipnosis “puede utilizarse como coadyuvante de la terapia cognitivo-conductual,
psicodinámica, u otros enfoques terapéuticos”. Su utilización “incrementa la eficacia
en numerosas situaciones clínicas”.
Los tratamientos disociativos de
la personalidad, pueden ser tratados a través de tres instancias:
En primer lugar, una fase de
“estabilización”, que persigue un “establecimiento de la relación terapéutica”.
Una “psicoeducación y el establecimiento del lugar seguro”. El “manejo de los
síntomas de ansiedad”. Un “incremento de la tolerancia al estrés”. El “manejo
de la desregulación emocional y de la ira y conductas violentas”. Además se
busca controlar “las conductas impulsivas y compulsivas de riesgo”. Por último,
se produce un “desarrollo de repertorios conductuales protectores y
saludables”.
Durante el “manejo de recuerdos
traumáticos”, se produce una “exposición gradual con manejo de la ansiedad”.
Esto “permite manejar los recuerdos fragmentarios para favorecer la
reconstrucción de la narrativa del trauma, mediante exposición gradual
fraccionada”. Para ello se “modifica el impacto emocional de los recuerdos
traumáticos y facilita su re-evaluación cognitiva”.
En la fase de “reintegración y
rehabilitación”, se produce un “manejo de los síntomas de desapego y de la
amnesia disociativa”, amén de “la compartimentalización”, es decir, el “acceso
a las partes disociadas o alters”. Por otro lado, “se detectan y regulan los
procesos emocionales compartimentalizados” y se realiza una “exposición gradual
al trauma con manejo de la disociación”.