Segunda sesión del curso “Las virreinas en la monarquía de los Austrias. Un poder femenino dentro de las estructuras político-culturales de un imperio”. Pero, esta vez, con cinco ponencias. Tres de ellas de 9 a 14 horas y, las dos restantes, de 16 a 20 horas.
De la jaula a la cauda. Las virreinas novohispanas como objeto de discordia política:
Vacío bibliográfico, escasez de fuentes, ausencia de legislación, papel secundario, tema transversal, renovado interés existente en la actualidad”. Así, con este breve esquema, definía Francisco Montes González, profesor de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla, la figura de las virreinas, a las que tilda como “protagonistas silenciosas y sujetos completamente pasivos en la capacidad de poder expresarse”, verbalmente o , sobre todo, de forma escrita.
González, para realizar una exhaustiva investigación de estas mujeres, ha basado su estudio en fuentes documentales (datos biográficos, bautismo, matrimonios, correspondencia, traslado y comitiva, licencia de pasajeros, permisos de embarque, Archivo General de Indias, Archivos Históricos Nacionales...), fuentes impresas (que calificó como "muy valiosas pero muy peligrosas" ya que hay que tomarlas con cautela) y fuentes gráficas (retratos que aún perduran).
Los nombres del duque de Albuquerque y de la Catedral de México aparecieron en la escena tras la introducción y, después de ello, la famosa jaula que se muestra en el título de la ponencia de González. “Esta jaula era una tribuna o palco para asistir a ceremonias eclesiásticas. Se dice que era un asiento para la virreina ubicado al lado del púlpito. Tú ves pero no eres vista”, mencionó el docente sevillano.
Pero los años pasaron y la jaula continuaba vigente en 1753, hasta que arribó la polémica. “Una condesa ordenó que se desmontara o que, al menos, se quitaran las celosías para que ella fuera vista”, expresó González.
Con respecto a la cauda, el otro elemento que se mostró en el título de la primera presentación de la segunda sesión del curso, se trata de la “falda o cola de la capa magna o consistorial” y da origen al término “caudatario”, definido como “eclesiástico doméstico del obispo o arzobispo destinado a llevarle alzada la cauda”.
Esta aumenta laureles a tu fama: las virreinas novohispanas y la fabricación de una imagen cortesana:
“Que aquel rimas finales pronostica, y esta aumenta laureles a tu fama. Lenguas de fuego, son, con que te llama, el que lago nupcial te clarifica”, comenzó exponiendo Inmaculada Rodríguez Moya, catedrática de Historia del Arte.
Según Moya, la primera alusión a una virreina novohispana tuvo lugar en 1604. Concretamente, a la que se le hizo referencia pertenecía a la dinastía Albuquerque, descendientes de los reyes de Castilla.
Los virreyes, a partir de aquí, comienzan a aparecer en arcos triunfales y, tal y como ha sucedido durante infinidad de siglos, a los monarcas se les ha comparado con dioses. “La belleza era sinónimo de virtud. La virreina novohispana debía proyectar nobleza, virtud y belleza en el virreinato. A partir de mediados del siglo XVII las virreinas parecen quedar a oscuras en estos arcos triunfales”, continuó exponiendo Moya.
Las virreinas comienzan a tener un papel activo en los rituales y ceremonias, pero, según afirma la catedrática, debemos distinguir “el papel en activo de la presencia pública en secreto” y, además, los escudos, pinturas y esculturas expuestas en los arcos triunfales reflejaban una imagen simbólica de ellas.
“El hecho de pertenecer a familias nobles de mayor nivel que su maridos tal vez les otorgara mayor poder y libertad”. Esta reflexión, pronunciada por Moya, fue una de las citas más interesantes de la segunda sesión del curso.
Entre 1686 y 1688 se dieron situaciones delicadas entre parejas de virreyes. Una de ellas iba a ocupar el cargo y, la otra, tendría que cambiar de aires. Por ello solventaban estas complejas y habituales diferencias en el día a día sobre la marcha. “Existían sus presencias en público y en secreto”, sentenció Moya.
Representación real y poder indirecto de las virreinas novohispanas (s. XVI – XVII):
A las 12:30 llegó el turno de Alberto Baena Zapatero, doctor y profesor de Historia de América y, por lo tanto, de la última ponencia de la mañana.
Zapatero comenzó con una interesante reflexión cuya autoría pertenece a Baldassare Castiglione: “No puede haber corte ninguna, por grande y maravillosa, que alcance valor, ni lustre, ni alegría sin damas”.
“En el caso de América, hasta el momento, existen pocas investigaciones sobre las Cortes Virreinales. Aunque el estudio de las Cortes Americanas no sea nuevo, es necesario incluir a las mujeres en el mismo, tanto virreinas como el resto de damas. Las virreinas fueron, tradicionalmente, excluidas de los estudios sobre el ejercicio del poder en la Nueva España por considerar este ámbito de la vida social y política como un espacio público exclusivo para los varones. Su papel fue reducido a la condición de simples compañías pasivas de sus esposos”, expuso el doctor.
Y, a continuación, para entender el papel de las mujeres en el funcionamiento de las Cortes, preguntó: “¿Quién compuso el grupo de los cortesanos y cuál fue su posición dentro de la corte?”. Al virrey le acompañaban familiares y deudos que viajaban desde España, ministros y oficiales junto a sus esposas e hijos. Por el contrario, las virreinas iban acompañadas por un grupo de dueñas (viudas generalmente) y damas (solteras la mayoría de ellas) que eran vigiladas por las primeras.
Además, tal y como escribió Pablo de la Laguna, los criados del virrey eran “una de las principales causas de que él estuviera bien visto”. Asimismo, Zapatero explicó el funcionamiento como punto de contacto, según expresan investigadores como Antonio Rubial, que afirmaba que era “una cancha donde se practicaba el juego del regateo político”.
La ponencia del doctor finalizó con el patronazgo de los virreyes, lo que reforzaba su posición debido a que los criollos quedaban ligados al monarca por una “deuda de gratitud” y, por último, con una teoría sobre las damas solteras que acompañaban a la virreina. “La preferencia por las criadas solteras pudo deberse al deseo de establecer una red de patronazgos que tuvieran como eje a la virreina. El matrimonio de estas peninsulares con miembros de linajes criollos más importantes les aseguraban una serie de adhesiones. El significado de estos cortejos femeninos quedó manifestado por su presencia en todos los actos oficiales o lúdicos a los que acudía la virreina”, sentenció.
La virreina araña: la red de las mujeres de los virreyes de Nápoles dentro y fuera del palacio:
“En el caso de las virreinas de Nápoles no se puede decir que no hay estudios. ¿Podría haber un pasaje del reino soberano a virreinato sin las mujeres del virrey?”, empezó señalando Ida Mauro, profesora de Historia Moderna en la Universidad de Barcelona, a las 16 horas.
Con respecto al papel principal de las virreinas, Mauro sostiene que es el de “ostentar su privacidad”. Asimismo, considera que tienen espacio por las “calles de Nápoles” como pueden ser plazas o tablados, por ejemplo, en los que podrían asistir las damas. “Lo mismo sucedía con las procesiones de las cuatro altares. La virreina se situaba en un balcón de importantes palacios de la ciudad con vistas privilegiadas. Allí llevaba a su séquito”, continuó la docente italiana.
Nápoles, finalmente, terminó siendo un centro estratégico ceremonial y de información.
¿Virreina o esposa del Virrey? La condesa de Mélito (Ana de la Cerda) en el Reino de Valencia durante la revuelta de las Germanías:
Última ponencia de la tarde. Esther Alegre Carvajal comenzó a hablar a las 18 horas ante más de 15 alumnos sentados en una de las aulas de la UNED Guadalajara.
Pero Valencia se convierte en una ciudad armada, hay un brote de peste, los nobles abandonan la ciudad, Carlos V se marcha de España y nombra al conde de Mélito virrey de Valencia y Catalunya. “Era culto, refinado y tenía gran experiencia en este nuevo orden que se estaba estableciendo en Nápoles durante los últimos años de Fernando el Católico. Pero no era miembro de la Familia Real”, continúa Carvajal, mientras que Ana de la Cerda “se distinguía por la calidad de su estirpe y era depositaria doblemente de sangre real. Ella es la hija del hermano del primer duque de Medinacelli. Era una rica propietaria y era heredera directa del ducado de Medinacelli”.
Su viaje desde Guadalajara a Valencia duró 20 días. Pasaron por Tendilla-Mondéjar, Fuentidueña, Tarancón Puebla de Almenara y Requena, hasta llegar a Valencia y fueron acompañados por un séquito de 90 personas. Se instalaron en Cocentaina, asaltaron su castillo durante continuas revueltas, se marcharon a Xativa (donde permanecieron un mes), posteriormente a Denia (el destino más prolongado, un año) y, después, a Peñíscola, por la llegada de Carlos V.
Pero, ¿podemos hablar de ella como virreina? “En este momento ser virreina no tenía mucho más de lo que podía significar un siglo después. El término de virreina podía hacer referencia a una dignidad de la monarquía pero también a un estado conyugal y civil de una mujer, el de ser esposa del virrey”, sentenció Carvajal.
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